No todo es positivo en el movimiento body positive. Ojalá fuera tan sencillo como en el mundo Mr. Wonderful, donde todo se arregla con una frase del estilo: “sonríe y el mundo te sonreirá”. Pero no, la vida no es así; a veces tú le sonríes y ella te da una patada en los dientes. Así, sin avisar. Y sin comerlo ni beberlo se te caen al suelo tu optimismo, tu amor propio, tu autoestima y tu fuerza. Y adiós body positive.

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Y esos días se te olvida que a veces subes una foto a Instagram y te sientes una diosa, que hace unos días fuiste capaz de salir a la calle con unos shorts y una camiseta ajustada sin sentirte mal por ello en absoluto, que no sólo te has puesto bikini a pesar de no haber hecho operación bikini, sino que has sido capaz de hacerte fotos con él puesto y que a veces tienes respuestas demoledoramente ingeniosas a los comentarios gordófobos que te sueltan. Se te olvida todo eso de repente y el mismo cuerpo que te parecía fantástico, de repente, te da asco. No quieres mirarte al espejo, ni rozarte siquiera, nada que constate que efectivamente ese cuerpo es el tuyo. Y es lo más normal del mundo. Porque desde pequeñas nos han educado para odiar nuestro cuerpo, nos han enseñado que no está bien así de mil formas: aprendes a odiar tu cuerpo cuando te comparas con Barbie o con Megara, cuando ves a tu madre o a tu tía (las mujeres más guapas del mundo para ti) quejándose de lo gordas o feas que están o criticando lo gorda que está aquella otra, cuando la profesora de educación física te dice que tienes que comer menos y correr más, cuando te recomiendan por primera vez una dieta, la primera vez que te dicen que deberías empezar a maquillarte.

Nos han enseñado a odiarnos y a querer ser diferentes, a no aceptar nuestros cuerpos ni nuestra forma de ser y, por eso, el movimiento body positive es una lucha titánica. Por eso algunos días se hace tan cuesta arriba que más que una cuesta es una pared sin salientes a los que agarrarse. Y esos días están ahí, escondidos tras cualquier esquina dispuestos a asaltarte cuando menos te lo esperas. Tu mente aprovecha cualquier excusa para volver a los antiguos patrones de auto-odio que llevas toda tu vida aprendiendo. Y el resorte salta el día que compruebas que a pesar de la dieta has aumentado de peso y en lugar de verlo solo como una cifra, ves tu peso como el valor que tiene tu esfuerzo. O el día que en lugar de verte estupenda comienzas a probarte ropa y a desecharla toda porque simplemente no te entra o porque odias el aspecto que te hace, o el día que compruebas que tienes la misma barriga aunque no recuerdes la última vez que bebiste cerveza sin miramientos o te comiste una pizza o aunque nunca te compres ese helado de chocolate. O ese comentario aparentemente inocuo y cargado también de buenas intenciones: “no estás tan gorda como crees” o “ni que fueras un orco”. Esa dependienta que te dice: esa talla no tenemos, esa mirada acusadora a tu aspecto examinándote de arriba abajo con desaprobación, esa persona que tras meses sin verte no se da cuenta de que has adelgazado, o esa otra que no desaprovecha la ocasión de decirte que “te has dejado un poquito”. Esa amiga con un cuerpo con el que tú ni sueñas que te dice que tiene que adelgazar, esa marquesina con la chica en bikini que nunca se parece a ti. La pregunta de si estás embarazada.

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Hay tantas zancadillas en el camino, tantas trampas, tantos baches, que es casi imposible no caer nunca. Es imposible que tu barriga te guste todos los días porque apenas verás a modelos o actrices con barriga y a las mujeres con barriga que veas harán siempre por donde para taparla o disimularla. En cambio, te bombardearán con productos y prendas para perder o disimular tus michelines, tips para lograr un vientre plano y te ofrecerán bañadores reductores. No siempre puedes sentirte segura de tu aspecto con una falda o pantalón corto o ajustado porque tu celulitis es algo de lo que supuestamente deberías avergonzarte, puesto que todas las mujeres, gordas y delgadas, se avergüenzan de ella.

En lugar de asumir que si todas las mujeres, gordas y delgadas, jóvenes y viejas, tienen celulitis será porque es algo normal y natural, asumimos que hay que odiarla e intentar deshacerse de ella. O taparla, cubrirla, ocultarla. Si todas las modelos y chicas guapas de todas las tallas y colores que ves en las revistas o en las redes sociales tienen una piel perfecta y uniforme, ¿cómo vas a querer tú verte en un espejo con todo ese acné que no se oculta ni con maquillaje? ¿Cómo vas a sentirte segura con una camiseta de tirantes si tus hombros están llenos de granitos y marcas? ¿Cómo vas a enseñar esos brazos o esas piernas enrojecidos por la piel atópica? Joder, ¡es que tenemos unas cosas! A ver quién es la valiente que va sin sujetador con esas tetas tan caídas, o la que no se pone un push-up con esas tetas tan pequeñas. Que tus tetas no están bien, coño, que no se parecen en nada a unas tetas operadas. Es que a quién se le ocurre intentar quererse con un cuerpo flacucho con tan poco culo, con esa pinta de necesitar comerte un bocadillo que tienes. Y no nos olvidemos de ti, hombre. Tú, que tienes demasiada barriga, demasiado pelo en la espalda, los brazos muy finos, muy poco pelo en la cabeza, la polla demasiado pequeña para gustarle a nadie. Que tal vez a ti no te lo digan tanto como a nosotras, pero también procuran que no se te olvide que no tienes un cuerpo aceptable, que nunca es suficiente gimnasio y que el pelo nunca te sale donde debe. Es absurdo que nos aceptemos, es absurdo que nos queramos, es absurdo que nos mostremos. Absurdo porque nos quieren acomplejadas. Porque acomplejadas somos más rentables, porque si nos quisiéramos quebraríamos la industria de las clínicas estéticas, la de los productos adelgazantes y dietéticos y tendrían que cerrar la mitad de las consultas de dietistas y psicólogos. Y también algún que otro gimnasio. Hay demasiadas industrias que se lucran de nuestro sufrimiento y nuestros complejos como para permitir que nos deshagamos de ellos.

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Por eso es tan difícil esta lucha, por eso seguir la filosofía body positive es de las cosas más complicadas y duras que he intentado nunca. Porque es mucho más fácil el no-positive, y las caídas duelen mucho. Te haces polvo cada vez que sientes que por más que hagas nunca será suficiente, cada vez que piensas que ojalá no fuera necesario que hubiera un movimiento para decirte que tu cuerpo también es válido. Duele mucho ver que por más que ayer te sintieras una diosa hoy te sientes una babosa y una fracasada. Es frustrante privarte de tantas cosas que te encantaría comer y beber y que aun así la ropa te siga quedando peor que a tu amiga la que se infla de cervezas con sus tapas sin despeinarse. Es muy triste estar triste por este tipo de cosas, con lo bonita que es la vida y con la de razones para estar feliz que tienes y aun así, no poder evitar derrumbarte y llorar litros y litros de cansancio, de frustración, de autodesprecio. Mirar al infinito sin saber qué hacer, sintiendo que no avanzas pero que tampoco puedes volver atrás, que hagas lo que hagas no servirá de nada. Sentir que te has fallado y has fallado a las demás haciéndote a ti misma tanto body shaming, y que todos los artículos que lees y escribes sobre autoaceptación y todas las cuentas de Instagram body positive que sigues no te sirven de nada, porque aquí estás, otra vez en la casilla de salida, puede que incluso más atrás.

Y no, si esperabas una metáfora, una frase positiva, una fórmula mágica al final de toda esta diatriba sobre lo difícil que es aceptarse y lo fácil que nos hacen odiarnos, lo siento, no la hay. No os puedo decir que todo va a salir bien porque no lo sé,  porque siempre de vez en cuando algo sale mal. No os puedo decir que si seguís intentándolo llegará el día en el que no os caigáis porque tampoco lo creo, porque si no nos cayéramos de vez en cuando significaría que no lo estamos intentando. Lo único que puedo deciros y decirme a mí misma es que no pasa nada. Que está bien. Que tenemos derecho a los días malos, a los días de no querer mirarnos al espejo, a los días de llorar y querer romper cosas y mandarlo todo a la mierda. Que no por ello somos menos luchadoras, al contrario, nuestro esfuerzo diario es tan titánico, luchamos contra enemigos tan poderosos que es inevitable perder alguna batalla. Que cuando seamos capaces de secarnos las lágrimas y levantarnos del suelo tenemos que sentirnos orgullosas, porque a pesar de que duele y a pesar de que intentan derrumbarnos una y otra vez aquí seguimos. Porque somos resilientes y al final siempre volvemos a levantarnos tarde o temprano, doloridas y un poco rotas, pero erguidas, orgullosas y preciosas; dispuestas a volver a caernos las veces que haga falta, porque eso significará que estamos avanzando por un camino que aunque sea duro es el correcto.

Mamen Conde