Soy malhablada y borde, bastante maleducada a veces y, normalmente, me importa más bien poco lo que opinen de mí los demás. El 85% de mi vocabulario son tacos de todos los niveles, desde el caca-culo-pedo-pis hasta añadirle un coño o una polla a cualquier frase porque, no nos engañemos, así se quedan más completas. Tengo un carácter complicadísimo y, a veces, no hay quien lidie conmigo. Normalmente hago lo que me da la gana y si te molesta me va a sudar el chirri. Y, por supuesto, si algo me molesta/ofende voy a armarla mucho y muy fuerte para que te des cuenta y te sientas a tope de mal.

Así que sí, para muchos soy la mismísima hija del demonio.

himgif1
¡Ay, no pué sé!

Tengo que admitir que esto es algo nuevo para mí. Cuando era pequeña y hasta hace no mucho tiempo era una nena ejemplar: educada, estudiosa, amable, sonriente y todas esas cosas que definen a una princesa. Era el orgullo de mi madre y de todas las madres del barrio, mis amigas me admiraban por lo buena que era y siempre estaba ahí dispuesta a ayudar a todo el mundo. Una santa, vamos.

Entonces, se preguntarán, ¿cuándo y por qué dejé de ser la mismísima Virgen María para ser la orgullosa hija del demonio? Muy fácil: cuando descubrí que el mundo es un lugar lleno de seres malvados, yo era muy tonta y, además, me aburría como una ostra.

Siempre fui tan buena no porque yo de verdad quisiera serlo, sino porque era lo que me imponían los demás. «Debes estudiar una carrera para llegar a ser alguien en la vida»; «debes ser amable y simpática para casarte con un buen hombre»; «debes ser buena y servicial y darlo todo por los demás, así los demás lo darán todo por ti». Y entonces crecí y vi que estudiar una carrera no me ha garantizado ser alguien en la vida, que fui amable con un hombre que me trató fatal y que, encima, toda esa gente por la que di tanto hoy ni siquiera forma parte de mi vida. Ser una santa y el ejemplo perfecto no solo me brindaba decepciones día sí y día también, sino que además me costaba una barbaridad. ¿Acaso nadie piensa en lo mucho que cuesta no mandar a la mierda a la persona que nos está tocando el coño la moral más de la cuenta? ¿Es que no se dan cuenta de lo duro que es ayudar a la gente cuando no te apetece lo más mínimo? ¿O de lo difícil que es no quejarse nunca?

Así que di el paso, me miré en el espejo y dije: vas a dejar de ser tan buena, vas a dejar de intentar ser perfecta; hoy vas a pensar en ti.

Y eso hice. Me dije a mí misma que ya era hora de revolucionar mi vida, de pensar en mí y hacer lo que me diese la real gana. Pero, para mi sorpresa, resulta que hacer eso es de ser mala persona, de ser egoísta y maleducada, de demostrar que el resto de la gente te importa un carajo y, por supuesto, de ser la sucesora al trono del infierno.

himgif2
Aquí, chillin’

Pero resulta que cuando hice todo eso fui un poquito más feliz. Empecé a interesarme solo por las personas que realmente valían la pena; empecé a dejar que mi boca soltara lo que quisiera e impedir así que se me enquistaran las mierdas en el cerebro de tanto pensarlas; empecé a hacer lo que me diese la gana sin importar lo que pensaran de mí; empecé a pensar en mí antes que en nadie más. Y, sobre todo, empecé a ser feliz.

Vivimos en un mundo que nos enseña que debemos siempre hacer felices a los demás antes que a nosotros mismos, que si a alguien le molesta algo de nosotros lo correcto es ponerle solución aunque nosotros no lo veamos como un problema y que ser egoístas es probablemente uno de los mayores defectos que se pueden tener. Vivimos en una constante preocupación por el qué dirán, por si nos juzgarán o pensarán mal de nosotros, y nos hacen olvidarnos de lo importantes que somos. 

Y sí, puede que sea mala, que cada vez sea más gente la que me odie y que todo el mundo hable de mí como «esa, la que tiene un carácter complicado». Pero, ¿les cuento un secreto? Nunca antes me había querido tanto y, sobre todo, nunca había estado tan en paz conmigo misma.

himgif3
¡A ser malvadamente felices, amigos!