He escuchado miles de veces que una vez que tocas fondo ya solo puedes ir a mejor, y que, muchas veces, tocar fondo es hasta necesario para darse cuenta de lo que te está pasando realmente y ponerte manos a la obra. Lo que no he escuchado casi nunca es que, precisamente eso, ponerse manos a la obra una vez que eres consciente de que te has hundido en lo más profundo del pozo, es muy jodido y hay que echarle mucho coraje.

¿Y cómo sabes cuándo has tocado fondo realmente? ¿Cómo se puede estar seguro de que ya no vas a caer más abajo? Me hago todas estas preguntas porque creo que yo sí he tocado fondo. Para mí, tocar fondo ha significado abrir los ojos, ser consciente de que tengo un problema real que llevaba mucho tiempo obviando y excusando.

Desde hace varios meses estoy viviendo en Londres con una familia, haciéndome cargo de la casa y de los niños. Vine con la intención de aprender inglés por poco dinero y bueno, ese objetivo se está cumpliendo. También vine creyendo que al cambiar de ambiente mis hábitos cambiarían, y que, viviendo en la casa de mis jefes, junto con los niños con los que trabajo, se acabarían esas noches de atracones frente a la tele. Y… en cierto modo así ha sido. No he vuelto a comer compulsivamente… en la que ahora es mi casa.

Con la excusa de que me gusta mucho el cine me he estado escapando unas cuantas noches por semana (tres como mínimo) al cine del barrio. Resulta que aquí tienen una cosa genial y es que te puedes sacar un carnet por el que pagas una cantidad fija al mes (vamos, como Netflix pero en el cine) y te ves todas las películas que tú quieras. Al principio me pareció un lujo. Hoy se ha convertido en mi pesadilla. He hecho del cine mi salón de los atracones.

Y hace unos días, «toqué fondo». Tuve que salirme en la mitad de una proyección corriendo al baño porque empecé a encontrarme muy mal de repente. Y mientras estaba en el baño… «evacuando» (vamos a dejarlo así, para no tener que dar muchos detalles asquerosos) me di cuenta de que si mi cuerpo estaba respondiendo así es porque yo llevaba varias noches seguidas llenándolo de palomitas, M&Ms, golosinas, refrescos y… muchas veces, un McMenú antes o después de la peli.

Mientras… «evacuaba» tuve una iluminación: lo vi claro. No iba al cine para distraerme o relajarme después de un largo día de trabajo. Iba al cine para tener un sitio donde poder estar sola y comer. Comer muchísima comida.

En teoría, mi situación estaba resuelta: una vez que identificas el problema puedes darle una solución. Sí, la teoría está muy bien. Pero la práctica es que haberme enfrentado a la verdad de mi situación no me ha hecho reaccionar para bien, sino para peor. Ahora que soy consciente de lo que hago me siento todavía más atrapada. Me he dado cuenta de que he engordado desde que estoy aquí. Que aunque no sé cuánto peso he tenido que comprarme ropa de más talla. Que muchos días me encuentro fatal mientras trabajo. Que muchos otros me cuesta un mundo levantarme de la cama, quizás porque mi cuerpo no ha acabado de digerir todo lo que comí la noche anterior. Que estoy triste. Que me encuentro sola. Que me da miedo volver a España por vacaciones porque todo el mundo va a ver que he engordado. Y ahora que sé lo que me pasa, que quiero dejar de comer… mi cuerpo me pide más comida. Estoy más nerviosa. Duermo peor. Estoy todavía más cansada y más triste.

¿Entonces? ¿Será que todavía no he tocado fondo y que «evacuar» en aquel cine solo fue lanzarse en picado al pozo? ¿Que todavía estoy cayendo? ¿Que tengo que esperar al duro golpe final para empezar a pensar cómo levantarme? ¿Y si ya no puedo levantarme? ¿Y si esta situación me afecta en mi trabajo? Yo sí siento que he tocado fondo, siento que he caído muy bajo, no por comer más, sino por ser incapaz de frenar. Pero aquí estoy, atrapada en el pozo, sin tener ni idea de por dónde tirar para poder salir.

Anónimo