Tenemos la creencia de que se nace una vez en la vida, y si bien es cierto que se nace una vez de manera física, yo he descubierto varias formas de “volver a nacer”.
La primera de todas ellas fue en un pueblo de la Castilla profunda, donde, casualidades de la vida, todo era divertido cuando de bebé eras rechoncha, gordita, “Ay esos carrillos” que sana está porque es “todo molletes”. Y la gracia se esfumó cuando ocurrió lo que el pediatra ya venía avisando años atrás, la niña se sale de las tablas, la niña va a ser obesa… Y cuando eres una niña, nada importa.
Pero un día llegas al instituto (y con él a los años donde todo lo que nos pase va a ser premonitorio de cómo seremos en el futuro) y mientras tus amigas descubren todas las tiendas del grupo Inditex, tú te sientes personal shopper porque nunca te entrará nada. Y llega la presión sociofamiliar, que por si tú solita no lo habías descubierto no dejan de recordarte que eres la amiga gorda, incluso creyéndose que te pueden infravalorar por eso. También llegan los viajes y con ellos el cinturón extra del avión que hay que pedir… y por supuesto aparecen los tíos, y los novios y los follamigos de tus amigas y tú con el cronómetro en marcha para no ser la última. Hasta que al final un día eres la última y compartes tu cuerpo con alguien y sólo lo haces pensando en ti, en lo que crees que son todos tus defectos, en que tu ropa interior no es tan mona como la de Woman Secret porque no te entra y él, ¿que pensará? Y lo pasas y te crees que ha sido lo mejor que te ha pasado, pero no.
La adolescencia se esfuma, y la vida sigue, como diría Sabina, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Y de repente llega un día en el que te das cuenta de que ya no importa no entrar en una prenda de Zara, ni salir de fiesta y ser la amiga maja, ni que tu familia sólo se preocupe de lo gorda que estás y de la supuesta salud que no tienes, ni tan siquiera llevar un tiempo sola…. Y ese día es cuando vuelves a nacer, y te quieres y te valoras por quién eres, y no por el cuerpo que tengas, y desde ese día nada importa más que tú y cuando esto pasa las cosas buenas llegan solas.
Y pasas por Zara y te la pela porque te han descubierto ASOS, y las veinte mil dietas que te aconsejan tus allegados se las recomiendas a ellos, pero con un poquito de sal para que le echen a la vida, que tú ya vas sobrada. Cuando te quieres entras en el avión y le pides con una sonrisa al azafato el extra de cinturón, porque sí, porque hay que ir con una sonrisa por la vida, que esas no tienen talla, y cuando sales de fiesta y pretenden tratarte como la amiga maja, elijes si quieres serlo, o no, porque a ti ya nadie te amarga la fiesta.
Y cuando compartes tu cuerpo con alguien, lo disfrutas sin pensar en todos los defectos que crees que tienes y que él no va a ver nunca, porque te acepta como eres, incluso antes de que tú pudieras hacerlo. Y cuando te toca y agarra todas esas curvas que te hacen maravillosa haciéndote estremecer, lo hace de verdad, y tú como ya te quieres, te sientes plena, porque por fin disfrutas de compartirte no sólo con alguien más, sino contigo misma también.
Renacer queriéndose, esa es la vida que hay que vivir.

Carmen Félix