Siempre que escuchaba el término “relaciones tóxicas” me imaginaba una pareja en la que el tipo se pasaba de listo y abusaba de la chica, de todas las maneras posibles. Más tarde supe de chicas siendo abusivas con sus parejas masculinas. Sí, gritos, groserías, rasguños y hasta golpes. Nada civilizado el asunto; pero la cosa no paró ahí. De adulta joven me enteré de que hay relaciones “amistosas” plagadas de celos, envidia y abusos disfrazados de comentarios y acciones “bienintencionados”. Tal parece que en cuestiones joditivas el ser humano no tiene ningún tipo de límite.

Yo me sentía afortunada, pues creía (inocentemente) que yo no había padecido ese tipo de abusos, que yo era una chica lista que antes preferiría estar sola a soportar abusos o a infligírselos a alguien más (tonta, en serio). A estas horas de la vida, me recuerdo de más joven y veo que no sólo fui abusada por ex parejas (tema de otro post) y “amigos”; sino que también fui celosa, sentí envidia y ataqué de manera sutil y agresiva a algunas personas que me llamaban amiga.

El terror no terminó ahí. Más tarde descubrí que también la familia puede ser tóxica, ¡horror y pasmo! No lo podía creer, y menos cuando vi que yo estaba en una. Pensaba que los gritos y las amenazas “para educar” eran normales. Creía que el bullying por mi sobrepeso era algo aceptable, pues la que estaba mal era yo; que los sobrenombres, las descalificaciones y abusos verbales eran parte de la dinámica de convivencia y que había tenido mala suerte, pues por ser la menor, yo debía asimilarlo.

No obstante, tras iniciar una terapia por cuestiones que al final han resultado vinculadas a la dinámica familiar, estoy teniendo una revolución interior que me ha llevado a cuestionar la validez de ciertas conductas y acciones, los límites que pongo o dejo de poner para con los demás, el hecho de vivir con ellos o, mejor, irme.

Por otra parte, he observado que, efectivamente, la violencia genera violencia. Mis padres vivieron en medios hostiles, así también mis hermanos mayores. No es raro, entonces, que tendieran a reproducir esas relaciones y conductas para con los menores y con sus hijos. No es raro, entonces, que quien ha sufrido violencia, tienda a relacionarse de manera violenta con otros. No es raro, entonces, que como sociedad estemos como estamos.

No creo que en las recetas para salir de las situaciones. Creo en los espacios y procesos que permiten la autoobservación y la búsqueda auténtica del procuro y la felicidad de uno mismo. Creo que todos lo merecemos, y que nadie tiene por qué ser violento o violentado. De eso ya hay mucho. Lo novedoso sería tratarnos (a nosotros mismos y a los demás) de manera amorosa y tolerante.

Autor: Guadalupe Centeno