Vamos a llamarla Juana.

Juana era mi amiga desde hacía un montón de años. Tantos, que a veces se me hacía raro pensar un día no estuvo en mi vida. Hacíamos todo juntas y nuestra especialidad eran las conversaciones en su coche hasta las tantas. Viajábamos a todas partes codo con codo y vivimos aventuras increíbles que a pesar de lo que os voy a contar a continuación, recuerdo con mucho cariño.

Juana estaba llena de complejos. Supongo que como yo, la diferencia es que yo siempre los llevé por dentro. Fui su paño de lágrimas durante la post adolescencia y me convertí en su auténtica asesora del amor. ¿Y ella? ¿Ella no escuchaba tus movidas y te aconsejaba también? Pues la verdad es que no, básicamente porque en aquella época yo no tenía mucho que contar.

Juana con sus 80kg y su talla 44 estaba jamona y se quejaba de los rechazos masculinos. Se daban besitos con ella a escondidas, pero ninguno la quería como novia. Yo, con mis 130kg de peso y mi talla imposible, directamente no recibía ni saludos. Durante años fui invisible, y además de no ligar tampoco hice muchas nuevas amistades. Me acomodé en mi zona de confort y me acostumbré a mi papel de eterna consejera. Al menos a través de mis amigas podía soñar con las historias que yo no tenía y sentirme viva.

Le cogía el teléfono de madrugada para consolar sus lágrimas, acudía a su casa cuando su madre (taladrada de la cabeza) se la liaba parda y llegué a redactar los mensajes que luego ella enviaba a sus conquistas. Era la amiga que siempre estaba ahí y nunca pedía nada a cambio. Así estábamos cómodos todos, no?

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Sentí esta situación como normal durante años y no me di cuenta de la mentira que me rodeaba hasta que empecé a perder peso… Pasé de 130 a 75kg en solo unos meses y todo el peso que perdí lo gané en autoestima y seguridad. Siempre he tenido mucha personalidad, así que ahora que me acompañaban las ganas de comerme el mundo no me resultó difícil salir al sol tras todos aquellos años viviendo a oscuras.

Empecé a conocer gente, a tener mis propias historias y quebraderos de cabeza, a llamar la atención por las noches… y entonces mi relación con Juana cambió de forma radical. Por primera vez yo también necesitaba consejo porque un tío me traía loca, y en vez de ayudarme como yo siempre había hecho con ella, Juana me empezó a tachar de egoísta y egocéntrica.

‘Solo sabes hablar de ti’, me dijo un día. Y no os imagináis cómo me dolió. Yo, que llevaba AÑOS en modo oyente, que tanta saliva malgasté dando consejos que luego ella nunca aceptaba, que le ofrecí mis abrazos incluso cuando no los merecía. ¿Realmente me merecía semejante trato?

Eso fue solo el principio. En esa época empezó a hacerme feos constantes y comenzó una competición entre ambas en la que solo participaba ella. ‘Pero qué dices, estás loco’, le dijo a un amigo cuando tuvo la ‘indecencia’ de sugerir que ahora que yo había perdido peso, mi amiga y yo le resultábamos tan similares como hermanas.

Aunque discretamente, menospreciaba a los tíos que se me acercaban, y supongo que lo que la volvió loca del todo fue que me presentó a un chico que le gustaba (como tantos otros, he de añadir que cada semana le gustaban 3 nuevos), y que ese chico resultó estar más interesado en MI que en ella. Eso era totalmente inadmisible.

Sí, como estaréis intuyendo, a Juana no le gustaba en absoluto mi nuevo papel y el hecho de que la había convertido a ella en ‘la más gorda de la pandilla’. No pudo soportar que yo empezase a tener mi propia vida y que ya no se la dedicase íntegramente a ella. En definitiva, me demostró que de amiga no tenía nada y que me utilizó durante un montón de tiempo para sentirse ella mejor y que sus complejos pasasen desapercibidos tras una mole de 130kg. Y lo peor de todo, que cuando yo por fin encontré mi felicidad no solo no quiso compartirla conmigo, sino que trató por todos los medios de volver a hundirme en su propio beneficio.

Me costó llegar a esta conclusión y quise defenderla hasta lo indefendible. Aún a día de hoy pienso que no es mala persona y que sus inseguridades la convierten en un monstruo que no es. Pero la realidad es que hace ya años que dejamos de hablarnos y que desde entonces solo me he rodeado de personas que me escuchan lo mismo que yo les escucho a ellos, y sobre todo, que no varían su amor hacia mi dependiendo de lo que marca mi báscula.