Nunca me canso de decir que lo mejor que me ha pasado en la vida es mi hermana pequeña. Es más, cuando la gente me habla de lo bueno que tiene que ser que ella «me tenga de modelo de conducta”, “que quiera ser como yo”, siempre me sorprendo. Porque en mi caso, no es mi hermana la que aprende de mí, soy yo la que aprende.

Gracias a ella, he llegado a comprender un poquito más a mi madre cuando dice que por nosotros, sus hijos, saltaría en plan El Guardaespaldas y haría de escudo humano para protegernos de lo que hiciera falta sin pensárselo dos veces. Yo, por mi hermana, MA-TO. Literalmente, sería capaz de matar a cualquier/a imbécil que le intentara hacer daño (ya me ha pasado más de una vez el decir “A QUE VOY Y LA MATO” cuando se ha peleado con alguna amiga).

Ella me ha enseñado a ser mejor mujer. Es tan madura que a veces me sorprende que tenga solo dieciséis años. Se me cayó la lagrimilla cuando el ocho de marzo la vi alzando una pancarta con una frase mía (como si yo fuese alguien importante). La vi y pensé en mí misma hace seis años, cuando tenía su edad, y pensaba que todas las mujeres en mi enemigo, en vez de mis aliadas. Me llena de orgullo poder decir que sí, yo intento todos los días educarme en el feminismo para poder ayudarla cuando se plantea dudas sobre lo que significa ser mujer.

Me ha enseñado a ser buena persona. Porque si hay algo que la define, es que es buena. Con todo el mundo, hasta con gente que no se merece ni los buenos días. Me ha enseñado que el rencor no lleva a nada y a veces es mejor simplemente perdonar. Porque dentro de su madurez, mi hermana sigue siendo una niña inocente, y ve bondad en todas las personas (aunque esté muy MUY en el fondo).

Con ella he aprendido lo que es la paciencia. La paciencia de verdad. Y es que escuchar los dramas de una adolescente a la que le gusta contar las historias con antecedentes, notas a pie de página y aclaraciones múltiples, te hace respirar despacio más de una vez para no acabar gritando “POR FAVOR, VE AL GRANO, QUE ME ESTOY PERDIENDO”. Ya sé lo que sentía mi madre cuando le contaba que “una pava de mi clase se ha liado con un chico mayor y luego le ha puesto los cuernos con el mejor amigo de este, y buah, qué fuerte”.

La gente se ríe siempre de mí porque hablo de ella como una madre orgullosa, pero es que lo soy (en la medida de lo posible). Ella es mi confidente, mi aliada, la única capaz de hacerme querer recuperarme cuando estoy mal, querer ser mejor. Es mi pequeña gran roca. Y joder, me encanta poder decir que yo, de mayor, quiero ser como ella.