Un día de mayo teniendo examen al día siguiente conocí a un chico por internet que se convirtió en el centro de mi vida. Y yo no lo sabía. No sabía que iba a terminar así porque las relaciones a distancia, las que surgen en internet de manera casual, como cuando te agregaban en Myspace o en Fotolog, estaban abocadas al fracaso de forma absoluta. O eso creía yo al haber sido testigo de miles de parejas que se hacían y se deshacían en poco tiempo porque, amigas, la distancia es una perra. Y porque la promesa de la monogamia era complicada de mantener teniendo al novio o novia a kilómetros y kilómetros de distancia

Así que ahí estaba yo, con veintidós años, viviendo el principio de mi propia historia surrealista para el mundo de hoy en día. Porque no, no es nada fácil asumirlo. Cuando tienes quince años y te sacas un novio de internet no es algo muy serio, pero con veintidós, ¿cómo lo cuentas? ¿Cómo dices a tu familia y a tus amigos que estás locamente enamorada de una persona que vive a cientos de kilómetros y que nunca has tenido delante de ti? ¿Qué nunca has tocado, besado o abrazado? Pues sencillamente, no lo dices, porque lo último que quieres oír es que eso no es posible, que no va a salir bien, que es una tontería, que no va a haber química y otros miles de motivos, todos empezando por “no”.

Y te callas, te lo tragas todo y lo guardas muy muy dentro para no dejarlo salir jamás porque en el fondo te lo crees. Crees que todo es cierto, que la emoción de hablar con alguien tan parecido a ti no puede ser buena, que quizá todo sea mentira y se estén aprovechando de ti. O peor: que se estén riendo de ti. Porque si en tu día a día no encuentras a nadie que quiera estar contigo, ¿por qué iba a querer él estando tan lejos y tan lleno de posibilidades? ¿Por qué el príncipe azul iba a querer estar con el duende verde? Te enfrascas en un mundo de negatividad y dejas de creerlo, te cuestionas y le cuestionas para no enfrentarte al fracaso de que todo sea verdad y las palabras de cariño, los secretos y el amor se vayan tan rápido como llegaron.

Pero, sin saber cómo, la magia fluye, los sentimientos crecen y al mismo tiempo que necesitas más la inseguridad aumenta al saber que se acerca el momento trascendental: verse por primera vez. Has visto miles de fotos y vídeos, has escuchado audios, hablado por teléfono y todo lo habido y por haber, y sin embargo el miedo de tenerlo delante te invade y se apodera de ti. Aparecen de nuevo los “¿y si…?” y te encuentras en una espiral de amor y miedo que te encoge el corazón y te retuerce las tripas porque te mueres por besarle, pero también morirías si te dijese que no.

Y otra vez, sin darte cuenta, estás probándote tu cuarto modelito y cambiándolo por el primero en la intimidad de tu habitación. Que se te vea natural, pero tapando todos los granos y recogiendo bien las carnes para que tu príncipe no se dé media vuelta nada más verte aparecer. Y de pronto te escribe porque ya está ahí después de recorrer cientos de kilómetros, en tu portal, esperando ver a quien lleva tanto tiempo detrás de una pantalla, y bajas a por él, y le besas, y le abrazas, y el mundo se para porque él es para ti y tú eres para él, y sientes que es lo mejor que te ha pasado en la vida.

Porque al final no importa cómo o dónde os hayáis encontrado, lo que importa es que le has conocido, que por fin sois uno solo. Y que le den a la distancia.