Situación: Un día de estos en los que te cagas en todos tus amigos por tener pareja. Bueno, mejor dicho, un día de estos en los que te cagas en ti misma porque soledad es tu segundo o tercer nombre. Y ahí, en lo mullidito del sofá, whatsappeándote con un tío de red social amatoria majo sin más, decides quedar con él y conocerle por hacer algo, porque total, es puente y alguna cosilla habrá que hacer antes de bajar al chino a por cerveza y pizza para tragar mejor esta inanición sentimental.

Así que comienzas el ritual de chapa y pintura eligiendo la equipación de las citas de verano: texturas frescas, escote insinuado, y obvio negro. No demasiado tacón, oiga, que en la ficha del chaval aparecen menos centímetros de los deseados en mi carta a los Reyes. Ya ante el espejo, te repites que bueno, no pasa nada por tomar algo y charlar, aunque no te atraiga físicamente. Es majo, tiene conversación, ideas inteligentes, culturilla sin ser pedante… Venga va. Y qué bien me he pintado la raya, por cierto.

De pronto, aplicando el labial más rojo de la colección, reparas en que es abstemio y en que no hay que fiarse de los abstemios, que te lo han dicho tus amigos masculinos más sabios que no son abstemios, y, aun así, te gusta el riesgo y decides mantener la cita con el abstemio.

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Unos whatsapps de ubicación más tarde, empiezo a mantener una conversación interna conmigo mismo cuando le veo.

  • “Bueno, a priori el pantalón rojo con la camisa de cuadros azules, puede pasar. No quiero convertirme en una ropófaba de mierda”.
  • “Ese calzado no es propio del mes de julio, eso es un hecho objetivo”.
  • “La objetividad no existe, te lo enseñaron en la facultad”.
  • “Vale, joder”.
  • “Todo normal, ¿no?”
  • “Pero vamos a ver, ya el bolso ese de padre, que le falta guardarse el frontal de la radio y los papeles del coche, no mola, joder, y ahí, bien cruzado cual zurrón”.
  • “Vaya fobias que te gastas, maja… Respira. No pasa nada, todo normal”.
  • “Es bajito y poca cosa”.
  • “¡Bajófoba de mierda!”
  • “Y calvo pero muy peludo”.
  • “¡Calvófoba de…!”
  • “Calla, calvo es bien. Recuerdo que alguien modificó el dicho de los negros para decirme una vez que ‘no eres mujer completa hasta que un calvo no te la meta’ y que tenía que probarlos.  Así que igual es este”.
  • “Venga va, pero déjate de prejuicios, que manda pelotas…”

Después de unos nestises, banalidades propias de la primera cita y un par de pensamientos favorables sobre su sonrisa y su voz, el abstemio cogió el zurrón y sacó una baraja de naipes. Porque era abstemio y mago en la vida. Con las cartas, sacó la niña que hay en mí, con las monedas me echó la soga y con las bolitas la apretó. Así que me dio por pensar que no estaba mal. Y que tiene los ojos medio verdes, como a mí me gustan.

Entre truco y truco, charla que te charla, dimos un paseo, me salvó de pisar una cucaracha bien gorda, me tocó un pechote sin quererlo y de refilón y de repente me plantó un beso muy agradable de no fumador. Y otro y otro. A eso de las cinco de la mañana me acompañó a mi palacio me soltó un speech sobre las relaciones con típicas frases de tío, que le intereso, pero que no tiene tiempo porque tiene todas las actividades extraescolares que se puedan tener, pero que le gusto y que si un día no puede quedar que no me enfade, y blablablá. Bueno, venga, va, que es tarde y llevamos una hora besándonos en el portal y yo me quiero poner derecha ya.

“Te aviso cuando llegue, preciosa”. Y parece ser que era de los que avisaban.

Nos vimos tres o cuatro veces, por toda la ciudad, como dice la canción. Me llevó a espectáculos de magia y en mis citas con él me olvidaba del tabaco y de la birra para luego entregarme al máximo placer hasta el momento.

“He leído muchos libros sobre sexo, pongo en práctica todo lo que aprendo”. Y a mí se me caía la baba con cada roce.

Me pillé bastante. Me sentí mal por haberle prejuzgado por su aspecto en la primera cita, por quedar por quedar… Cuando mejor iba la cosa, tras el último y mejor polvo, simplemente desapareció, como buen mago. Al principio, creí que me lo merecía. Pero luego concluí que no. Quizá no haya que preguntar al mago la explicación de su truco, pero cuando te crees el conejo de su chistera y de pronto te echan del espectáculo sin finiquito, pues igual sí.

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Marisa R. Abad