Ahí estábamos, haciendo que no pasaba nada. Quedamos y nos dimos un abrazo, porque ahora somos amigos. Lo de besarnos quedó atrás. Una vez más volvimos a pedir al chino para no tener que salir de casa, y estábamos riéndonos y hablando de cosas insustanciales, hasta que llegó el momento de “¿vemos una peli?” y contesté que no, que teníamos que hablar.

Hala, ya está, se acabó. Mis súper poderes se quedaron sin batería. Tuve que hacer grandes esfuerzos para ser capaz de hablar sin tartamudear, de decir lo que sentía en vez de quedarme en silencio mirando a sus labios.

Llevaba días pensando en cómo afrontar la situación, había medido cada una de las palabras que quería decir y las había repetido en mi cabeza un millón de veces, como si de un guión se tratara, para no quedarme en blanco cuando estuviera frente a mí. Pero no. Ahí estaba yo otra vez, intentando no parecer idiota y mirando a cualquier punto de la habitación que no fueran sus ojos.

Y de repente, no sé cómo, me desnudé. Literalmente. Decidí plantarme delante de él y quitarme la ropa toda todita. Y después me desnudé por dentro.

Hemos vivido tantas cosas juntos que ya no sabemos mentirnos, que necesitamos esos dardos envenenados a la cara, que si nos vamos a doler por lo menos que sea cuerpo a cuerpo.

Ahí estaba, señalando cada una de mis estrías y contándole quién soy, de dónde vengo, explicándole mis cicatrices y temblando de miedo. Porque es que él me hace temblar. Me rompe los esquemas, y me desarma sólo mirándome a los ojos. Ya está, ya lo he dicho.

No despegaba sus pupilas de mí y tenía esa media sonrisa que supe leer nada más verla. No articuló una sola palabra, pero me estaba diciendo demasiadas cosas. Sabía que estaba pensando, como yo, que somos gilipollas, y que le hacía mucha gracia que estuviera plantada como un pasmarote ante él, desnuda, porque ahora somos sólo amigos.

Cuando terminé de hablar lo único que hizo fue abrazarme, y menos mal. Nos sentamos frente a frente, entrelazándonos, como buenos amigüis, y volvimos a contarnos de muchas formas diferentes lo mal que sabemos hacer estas cosas. Qué putada esto de querernos a medias y no ser capaces de pronunciar esas dos palabras. Qué putada que no se atreva a quererme entera. Qué putada que yo no sepa querer por partes.

Realmente nos dijimos todo lo que necesitábamos oír, pero nos olvidamos de buscarle solución, porque en teoría ya está solucionado. Somos amigos, ¿recordáis?.

Y allí estábamos de nuevo, abrazados, recorriéndonos los lunares con los dedos y con las respiraciones a dos centímetros. ¿Quién iba a ser el valiente de juntarlas? Él, le tocaba a él.

Así que después de dejarnos claro que ya no somos nada, nos corrimos a la vez, apretándonos fuerte y mirándonos a los ojos. Qué bonita es la amistad.

Unas horas después nos despedimos:

-A partir de ahora, amigos.

-Sí, a partir de ahora, amigos.

-Nos vemos en breve.

-Vale.

Después de decirnos adiós se lo dije. Le dije “te quiero”. Él no se atrevió, pero hay veces que sobran las palabras.

Así que ahora sólo somos amigos, con derecho a dejar de serlo, a veces. O no, quién sabe. Y a mí me gustaría ser algo más que una duda constante.