No te lo he dicho, pero me he dado cuenta. Tras esas tres semanas sin verte que se me hicieron eternas, no se me pasó por alto el detalle. El vientre más abultado, las mejillas más llenas. Lo noté nada más verte porque nunca se me escapa un detalle; los surcos debajo de tus ojos que denotan noches de insomnio, el pelo enmarañado, la sonrisa voraz.

Has engordado. Puedo palparlo cuando te toco, cuando te escruto a media luz. Lo perciben mis ojos, mis manos que no dejan de recorrerte, de investigarte.

He visto los envases de comida rápida en tu habitación, arrinconados junto a documentos del trabajo y ropa sin tender. Latas vacías, cartones de pizza, tu ordenador sobre la mesa. He visto el caos organizado que ahora rige tu vida y del que soy partícipe.

He notado la manera como te giras en la cama, cómo evitas que toque ciertas partes de tu cuerpo, cómo te vistes deprisa y de espaldas. Soy consciente de esos gestos, por mucho que intentes camuflarlos de reacciones nerviosas. Y también he escuchado los comentarios que dejas caer de vez en cuando y que casi tengo que sacar con calzador la mayoría de las veces, cuando te pregunto directamente sobre tu relación con tu físico, tema que eludes indiscriminadamente.

Screen-Shot-2016-06-30-at-17.27.15

Porque es verdad, has engordado. Pero, ¿sabes qué? Que me da absolutamente igual.

Que me sigues intrigando de la misma manera. Sigo esperando con ansia a que me respondas al último mensaje, sigo pensando en ti a todas horas, sigo notando la misma punzada de dolor en el estómago cuando me dices que no puedes quedar y me siguen atacando los nervios horas antes de que nos veamos. Me sigues poniendo igual que el primer día y sigo fantaseando contigo por las noches antes de dormirme.

Porque sí, has engordado, pero sigues siendo tú. Y no solo eso: te comprendo. Sé lo que es coger unos kilos por ansiedad, sé lo que es odiar tu cuerpo por la presión estética y entiendo perfectamente el sentimiento autodestructivo de apatía y dejadez que puede comportar el subir de peso. He estado en tu lugar.

He visto los envases de comida rápida arrinconados en tu habitación, la cama desecha, la ropa sin tender. La manera como escondes tu cuerpo.

Y puede que ahora esté delgada, pero tal vez sea yo la que engorde en el futuro. Y tal vez tú, como yo ahora, no me lo digas, pero lo notes. Y ciertamente espero que, cuando eso ocurra – porque ocurrirá – te siga intrigando como ahora y te siga poniendo igual que el primer día. Y que nuestro peso sea siempre algo completamente secundario y anecdótico, y no un factor determinante.

Anónimo

En las fotos: Claus Fleissner