Sales. Cenas. Bebes. Bebes. Bebes. Bebes. Sí, por qué no. Bebes un poco más. Ligas. Te lo llevas a casa y TOCOTÓ, fuegos artificiales. Y gracias. No por venir sino por los fuegos artificiales. Porque es lo único que iluminará casi a espasmos la habitación.

No nos gusta follar con la luz encendida porque pensamos que es peor que hacerlo en un probador del Bershka. Estamos incómodas con todos esos focos apuntando a nuestra persona, ese maldito espejo que está demasiado cerca y nos saca regular-meh y esa cortinilla que de intimidad, sabe más bien poco. La luz nos convierte en vampiras pero en plan mal. Nos hace vulnerables y un poco gilipollas. Intentamos meter barriga mientras nos la meten y así no se puede vivir. NO SE PUEDE. Que si no llevo un depilado deluxe, que si mi culo, que si mis tetas limoneras, que si mis brazos de-Rosa-de-España, mis lorzas, mis pies, mis dientes, mis ojos, mis manos. ¡Ay, dios! Las estrías, la celulitis, los pelillos, las legañas. ¡Ay, si es que estoy para reciclarme entera! Que si qué vergüenza. Que mejor debajo de la sábana porque con estos 43 grados parece que refresca. Que mejor apaga la luz.

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Si fuera por ti, entrarías en la habitación metida en una caja de cartón con agujeritos y gritarías (muy seria): «FUEEEEEEERA LUCES Y… ¡ACCIÓN!». Saldrías malamente de la caja, semidesnuda, gatearías en círculos infinitos, te tropezarías con tres zapatos, tocarías con la mano algo desagradable que prefieres no saber qué es, el dedo meñique del pie derecho se fundiría en un abrazo con una de las patas de la cama, jugarías a las tinieblas hasta encontrar a tu presa, le besarías la rodilla pensando que es un hombro y por fin, os daríais un cabezazo.

Imagínate que de repente un día te relajas, te vuelves muy loca y enciendes una vela. ¡Hola penumbra! Empiezas a verte, tu piel brilla de otra manera, igual que tus ojos. De repente, tus pecas empiezan a formar un caminito que va desde tu cuello a tus caderas. Tu boca entreabierta que habla sin moverse y tus piernas imperfectas saben cómo agarrarle por la espalda a la perfección.

Sube las persianas, abre los ojos… Disfruta y deja que te disfruten. Y si cierras los ojos que sea porque vas a explotar, porque no puedes más, porque te vas.

Ya sabes, no hay culos demasiado grandes sino cerebros demasiado pequeños.

Fóllate a tus complejos, que esto hay que verlo.

No apagues… y dile: «vámonos».

Autor: Paula @kuluska