A lo largo de mis 25 años de vida, he tenido la oportunidad de hacerme toda una experta en el funcionamiento de los hombres. He leído innumerables artículos en revistas femeninas, algún libro de autoayuda y muchas novelas chick lit. He visto Sexo en Nueva York no una sino al menos diez veces –y ya sabemos que en Sexo en Nueva York están recogidas todas las situaciones sentimentales a las que te puedes enfrentar en esta vida-, así como un buen número de otras series para mujeres. He visto auténticos casos de terrorismo emocional en vivo y en directo a través de las relaciones y no relaciones de mis amigas, y también he sido víctima de alguno de estos en carne propia.

Estoy preparada para enfrentarme a todo. A hombres con las capacidades emocionales de un adolescente, a alérgicos al compromiso, a los te quieros, a las relaciones. A celosos compulsivos, a esos que aún dependen de sus madres, o peor aún: de su ex. A los que tienen fobia a expresar sus sentimientos. A los que no quieren ni oír hablar de mezclar vuestra relación con vuestras familias o amigos. A los que creen que no son suficiente para ti, a los que creen que tú no eres suficiente para ellos. A los que se acuestan contigo y no te vuelven a llamar. A los que solo te llaman cuando están borrachos. A los que hoy te quieren como si no hubiese mañana y mañana si te he visto no me acuerdo. A TODOS.

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El caso es que llevo un tiempo en una relación (que no cunda el pánico, sigo siendo la persona más especial de mi vida), y a mi chico no le pasa nada de todo lo de arriba. Me costó un tiempo darme cuenta de que era normal. Empecé a sospecharlo cuando me dijo que me quería sin que yo lo hubiese dicho primero. Así, de forma espontánea, mirándome a los ojos y expresando sus sentimientos. Vaya marciano. Mis sospechas se agravaron cuando unos días más tarde me dijo que no solo me quería, sino que encima estaba enamorado de mi. Es más, me preguntó si quería ser su novia. Mis alarmas empezaron a activarse. Todas sabemos de que los hombres huyen de los te quieros y de las relaciones, o como mucho los soportan cuando nosotras los imponemos, pero no los van buscando.

Llevo semanas esperando que haga algo raro, lo que sea. Un ataque de celos, una escenita fuera de lugar, tal vez que desaparezca y pase un par de semanas sin dar señales de vida porque le ha entrado el miedo… ya os digo que estoy preparada para todo. Llevo años estudiando sobre el tema, sé que puedo enfrentarme a ello. Sin embargo, ahí está él, impasible, sin intención de mostrar señales de locura ni caer en la anormalidad.

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El colmo fue hace un par de días, cuando me di cuenta, un poco asustada, de que igual tenía el único tipo de relación para el que no estaba preparada… una relación normal. Estábamos hablando cuando de pronto yo me puse a explicarle cosas sobre ciclismo. A mi novio, como a la mayoría de humanos sobre la tierra, no le gusta especialmente el ciclismo, pero no paraba de hacerme preguntas extrañamente interesado. Quería saber más sobre mis aficiones. En ese momento, debí de reaccionar de una manera un poco extraña al expresarle mi asombro, y él dijo, como justificándose: ‘No sé, cariño, me parece normal interesarme por las cosas que te gustan’. Ahí estaba la palabra. NORMAL. Solo que a mi nadie me había explicado qué era eso de la normalidad.

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Me di cuenta, en ese momento, de que llevaba todos estos años asimilando como comunes un montón de conductas y actitudes que deberían haberme hecho salir corriendo en su momento. De que lo que no era normal en absoluto era que a mi me pareciese algo desconcertante escuchar a mi novio decirme un te quiero, ver que tiene tantas ganas de estar conmigo como yo de estar con él, que no pare de intentar sorprenderme o que se interese por conocer a las personas y aficiones que forman parte de mi vida.

No está siendo fácil, lo admito. En el fondo sigo creyendo que de un momento a otro pasará algo y aparecerán el tipo de situación tóxica a la que estoy acostumbrada. Esas que he aprendido a gestionar. Pero mientras tanto me digo que igual ya iba siendo hora, de que ya que no lo han hecho las revistas y las series, dejar que la vida me enseñe lo maravilloso que puede ser vivir una relación normal.