Va a hacer casi un año desde que te fuiste.
Al menos de Madrid, porque en mis recuerdos aún perduras. Algunos días más que otros, algunas veces más intensas que otras. Y es que aunque haya pasado un año y la distancia se haya puesto en nuestras vidas, no puedo decirte adiós. No puedo decir adiós a lo nuestro, a lo que vivimos, a lo que sentimos, y que aún siento.
¿Quién iba a pensar que una salida cualquiera un sábado de noviembre te cruzarías no sólo en mi noche, sino en mi vida? ¿Que lo que parecía algo de una noche se convertiría en algo más fuerte que la distancia, que el tiempo, que nuestras vidas mismas?
En un momento en el que yo había tirado la toalla con los amores, cuando menos confiaba, especialmente de los romances de una noche, vas y apareces tú, y no tienes suficiente con trastocarme los moldes, sino que también lo haces con mi alma y corazón. Me hiciste sentir como nunca antes lo había hecho. Me hiciste conocer una parte de mí que desconocía, llena de luz, amor y felicidad en tales cantidades que sentía que mi pecho no cabía más de sí. Tú no me hacías sentir mariposas, tú me hacías sentir como si tuviera dentro miles de colibríes que con el rápido aleteo de sus alas me hacían vibrar de emoción con sólo pensar en ti, en tu rostro, en tu sonrisa, en esas manos que merecían su propio templo de adoración.
Temblaba ante la idea de nuestros encuentros, nerviosa como no lo había estado jamás. Pero cuando por fin te veía, la paz y tranquilidad que dabas a mi ser eran tan grandes que todos los problemas que pudiera tener los dejaba de lado, los olvidaba, desaparecía del mundo. Pero contigo, porque tú pasabas a serlo. Vivíamos en nuestra burbuja de felicidad, ajenos al tiempo y a su transcurso, el que pondría fin a tu Erasmus, y por ende a tu estancia aquí.
Y así fue, la burbuja explotó, y tú te marchaste, y yo me quedé aquí, vacía, sintiendo que una parte de mi alma me era arrancada. El dolor era indescriptible, y todo lo que sufrí las semanas y meses posteriores a tu partida no hicieron fácil que siguiera adelante. He tenido que decir adiós a mucha gente en mi vida, grandes amigos que guardo en mi corazón, incluso a mi familia cuando hace años vinimos aquí buscando una vida mejor. Pero sin duda la tuya fue la más dura, la más difícil, tanto que aún no la acepto.
Todavía recuerdo ese último mensaje que me enviaste desde el aeropuerto (ninguno teníamos fuerzas para una despedida  desde allí, mi corazón no podía soportar tanto dolor, y el tuyo igual) en el que decías que querías oír mi voz una última vez en Madrid. Esa última llamada. No hablamos demasiado, mi voz se quebraba por cada «te quiero» que te decía, y la tuya por cada «yo también te quiero», haciendo que mi corazón se encogiese como si fuera una puño, aguantando las lágrimas y el decirte que no te fueras, que te quedaras a mi lado otro día más, que me abrazaras otra noche más y me cantases mirándome a los ojos tu canción favorita, la que nos tranquilizaba a los dos.
Pero te fuiste, y el tiempo pasó, y lo nuestro fue muriendo poco a poco. El dolor y la idea de no saber cuándo te vería, si eso era posible, me consumían por dentro, me mataban, y mis semanas se veían afectadas por esas largas noches de llanto, de rabia y frustración, de odio a la vida por haberte tenido tan poco tiempo, de no haberte conocido antes, de no tener la certeza de volver a vernos. La vida siguió su camino, nosotros también. Seguimos manteniendo nuestra amistad, teníamos claro que no queríamos perdernos, que queríamos seguir en la vida del otro, que no habría olvido.
Muchas conversaciones tuvimos, siempre acordándonos el uno del otro, pero al final acaba(ba) saliendo lo que ambos sentimos y pensamos. Nos consolamos mutuamente diciéndonos que algún día todo esto será posible, que ahora simplemente no es nuestro momento, pero que esta espera va a valer la pena, porque cuando nos volvamos a ver ya no habrá más mal en nuestro mundo. Un mundo que volverá a su orden, y tú y yo crearemos algo tan mágico y supremo que no tendrá comparación. Porque separados somos fuertes, pero juntos somos invencibles.
No sé si el mundo está lleno de causalidades o casualidades, si las cosas pasan porque tienen que pasar o porque simplemente así se dio. Solo sé que tú apareciste en mi vida, y que no quiero que te vayas. Que mantengo la esperanza, porque si la vida no nos vuelve a cruzar, entonces yo me encargaré de que suceda de nuevo.

Nissmhc