Pensaba escribirte algo bonito, una de esas cartas que sé que tanto te gustan, pero entonces me has sonreído y la verdad es que ya no estoy segura de ser capaz de coordinar las palabras, porque sólo puedo pensar en lo mucho que me gusta la curva que dibujan tus labios cuando me miras, en la manera en la que se marcan tus arrugas cuando frunces el ceño y en lo guapo que estás cuando duermes en mi cama.

Te prometo que iba a rendirme. Que estaba rota, cansada. Me habían arrancado todo lo que un día yo quise regalar y créeme, no creí que fuera capaz de hacerlo. ¿Cómo iba yo a querer de nuevo? Si estaba defectuosa.

Pero tú cogiste mi mano y me abrazaste. Y te quedaste conmigo. Y te sigues quedando, incluso cuando me pongo difícil. En esos momentos sólo me sonríes y yo sé que me quieres y que tenemos el mundo por bandera, porque dos personas que se miran como tú y yo lo hacemos tienen derecho a todo.

Y me siento valiente si tú estás conmigo y se me salen por los poros de cada centímetro de mi piel las ganas de volar si es a tu lado, de hacerte reír, de besarte en los sitios más inapropiados, de hacerte el amor en cada estación de los países que descubramos, de hacer de tus gemidos la banda sonora de mi vida, de todo. Pero sólo si es contigo.

Porque a tu lado es fácil. Porque sólo tú has hecho que los domingos pasen a ser mi día favorito. Porque cogiste un montón de piezas rotas y me ayudaste a ser quién soy, a seguir luchando incluso cuando siento que no puedo más.

Y quiero que te quedes, conmigo, con nosotros. Que escojas las tardes tontas tirados en el sofá, sin más plan que una serie de fondo y nuestras manos como entretenimiento principal, porque al igual que yo, no puedas imaginar un plan mejor.

Quiero que seas tú y que yo sea yo, pero que juntos, seamos más nosotros que nunca.