En el fondo siento lástima que ahora que voy a confesaros esta historia tenga que hacerlo usando de referencia “50 sombras de Grey” (o a Mr. Grey en su defecto). Porque en comparativa, sin duda, salgo ganando, y porque creo que a lo largo de la historia del cine y la literatura mejores ejemplos habrá habido como para que cuando comienzas un affaire de semejante calibre, tengas algo mejor, o al menos digno, con lo que compararlo.

Pero aquí estamos. Millones de personas yendo al cine a fantasear con que un tío buenorro y trajeado venga y con una mirada baje las bragas de la protagonista, se la tire en cualquier rincón mientras el Rolex golpea el alicatado, y yo que vivo eso casi a diario (traje impoluto incluido) y como que lo único que pienso es que OJALÁ nadie lo grabara porque de glamouroso tiene poco. Y os voy a contar porqué.

Los paralelismos con una historia de película están ahí, no vamos a negarlo. Lo conocí de lejos, en las distancias, como en un catálogo. Lo veía pasar, trajeado, impecable. Como dirían en inglés, parecía un millón de dólares andante. No fallaba ni un detalle, ni el pelo perfecto, el olor corporal a última hora del día como si recién acabase de salir de la ducha nada más levantarse, la mirada penetrante que te decía a cuatro metros lo que te pueden decir unas manos a cinco centímetros y, sobre todo, ese poder magnético de un hombre (no tío, no, que cuando el pelo está cubierto de canas y las arrugas han plantado raíces, eso de chaval tiene poco) que se sabe atractivo y tiene las armas dispuestas para usarlas porque sabe cómo hacerlo.

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Pero a diferencia de una película, la prota por mucho que se muerda el labio, de tonta tiene poco. Y en la vida real esto se parece a un documental de dos animales oliéndose y estudiándose más que a un romance con dos azotes. En la vida real, un affaire de estas magnitudes conlleva igual los nervios de mandar un mensaje y no obtener respuesta. Ya puedes estar borracha y cagarla, escribiendo algo de lo cual sabes que te vas a arrepentir, que no, no va a venir el hombre trajeado a por ti con su Aston Martin a recogerte y llevarte a un hotelazo para que despiertes con su camisa de 500€ puesta. Es más, ni te responderá. Voy más lejos, ignorará tu mensaje porque su vida es otra, y no incluye apartarte el pelo por la mañana ni ningún tipo de capulladas.

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Digo cero capulladas porque Mr. Grey en la vida real se dedica única y exclusivamente a empotrarte infinito. Todo lo demás, para llenar páginas si queréis. Y cuando te empotra, en estos arrebatos que TAN bien quedan en los trailers de las pelis… pues duele, joder. Que la pared cómoda no es. Es más, en las pelis tú ves un empotre en la ducha, ves a la moza sacando culete con la ropita interior que babeas por cada milímetro de encaje. Si pasaras a la acción ahora mismo te digo yo que lo del agua es un coñazo porque el pelo mojado a mechones por la cara no estila, es más, a no ser que tengas bráqueas, te vas a ahogar. Ah, y que la ropa interior el Mr. ni se la mira así que tanto da que sea Victoria Secret como bragas Carrefour, van a acabar en el suelo y tus esfuerzos por parecer sexy a la basurita, porque tú te habrás sentido un ángel, pero a Mr. Grey una vez entra en faena, lo que le importa es el contenido, no el continente.

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Volvamos a la pared. En las pelis el plano es perfecto, él la coge fuerte y firme y ella abre la boca y gime así como para el techo. Bueno, pues esto desnudos, en plano general, puede que con la corbata a medio sacar, las bragas aún colgandeje de un tobillo, los calcetines puestos o, en su defecto, las marcas por los tobillos de la goma de los mismos… Eso bonito no queda. Y un empotre en un rincón es muy visual, pero tras 20 empotres contra la pared (poco práctica), la mesa (¡ouch!), en la silla de la sala de juntas (tiene barrotes, ¿dónde coño metes las piernas?) pues sabrían los señores de Hollywood que la ficción no está precisamente en que un ricachón se pille por una pánfila sino en que los polvos bestias tienen consecuencias… Les sugiero un plano, ese en el que tras “poseerla” sobre la mesa de la sala de reuniones y marcarse un giro de cámara circular… ambos se bajan de allí arriba desnudos cual monos, saltando. ¡Esta parte no te la enseñan en la peli!

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Esa camisa de 500€ que le sacas es suya, la tuya es de 5€ del H&M. No se le caen billetes cuando te da lo tuyo, aviso. Eso sí, no te importa, porque lo que recibes vale oro, estás tú como para pensar en los ceros de su cuenta bancaria cuando te está haciendo correrte por 2ª vez y solo ha usado de momento las manos y la boca. Así que te quedas con eso, con la maravilla de repetir y editar en tu cabeza la versión Hollywood, la que incluye los mil orgasmos, los planos bonitos con los que te decidas quedar en la retina y en la que al día siguiente no te duele haberte clavado en la espalda la esquina de la mesa.

Autora: Sole Sanz.