Hace un par de días me quedé sin batería volviendo a casa en el metro (¡Oh, no, tragedia!) y lo que presagiaba un futuro incierto, resultó ser todo un descubrimiento.

¡Qué de miradas bonitas perdidas! ¡Qué de tiempo (mal)empleado en apuntar la vista hacia una pantalla! Porque, lo confieso, yo siempre he flirteado con la posibilidad de conocer al hombretón de mi vida en el transporte público. Sí, sí, tal cual. Comencé a desarrollar esa idea tan rocambolesca allá por el 2007, cuando leí un artículo que contaba la historia de un joven diseñador de Nueva York que, tras cruzarse con una chica en el metro, creó la web www.nygirlofmydreams y… Maravillas que sólo ocurren en N.Y: la encontró. Vale, la chica en cuestión sólo se comprometió a una amistad pero… ¡Alguien se prendó de ella y se le ocurrió algo tan original como para movilizar a una pequeña parte del mundo en pos del amor!

Y hasta aquí mi delirio porque, lo que os decía, en aquel trayecto de 35 minutos en el metro, ningún macho ibérico, metrosexual, runner (sí, algunos usan el transporte público),  nerd o bohemio alternativo hipertatuado con los que me crucé, levantó su mirada del móvil. ¿Estarían en Tinder? Lo cual me hizo pensar en que, si yo no me hubiese  quedado  sin batería, probablemen… No, rectifico: SEGURAMENTE estaría haciendo lo mismo. Así que, según salí de la boca de metro, me hice una firme promesa: “nunca más volveré a esconder mis ojos”, muy a lo Escarlata O’Hara, que para eso soy emocionalmente intensa. Llegué a casa, conecté el móvil al cargador y me fui a dormir pensando en algún dios romántico que se hubiese cruzado conmigo hoy.

He de reconocer que, al día siguiente, aguanté el trayecto de ida (30 minutos de casa a la oficina) y medio del de vuelta, fijándome en todas y cada una de las personas que ocupaban el vagón. Y digo medio del de vuelta porque, en uno de mis reconocimientos visuales, me topé con un chico de 1.90 cm que me miraba fijamente. Es curioso descubrir el pudor que tiene una para escudriñar en detalle a las más de 30 personas dispersas por el vagón, y la vergüenza que supone encontrarte en el otro bando. Porque os prometo que el tiarrón me estaba taladrando y lo que no es taladrar. Y yo, que siempre he sido muy chulita en tema de coqueteo y no caigo en ningún renuncio, no pude controlar una risita por lo bajini. Risita que se fue convirtiendo en un ataque incontrolable sin sonido, con el consiguiente aleteo de pestañas y bajada de cabeza.

Un cuadro, vamos. Para cuando me calmé y levanté la vista del suelo, el hombre de mi vida se había esfumado. Invadida por el pánico de que mi última oportunidad para encontrar el amor fuera esa, pensé: “¿Y si creo mi propia web? ¡Es el momento!”. “Frena, frena, bonita, vuelve al mundo real, que esto no es N.Y”, gritó mi ángelito interior. Venga, vale, algo más terrenal… Mmmm… ¿Y esa app llamada “Happn” que te localiza (mediante GPS) a las personas con las que te has cruzado? OMG!! ¿Pero qué te está pasando, te ha imbuido una nebulosa que te ha cegado? Y, de golpe y porrazo,  como si se me hubiese presentado la mayor revelación mundial en aquel trayecto de la línea 1 de metro, caí. ¡Somos unos jodidos desquiciados de la tecnología! En serio, si nos paramos a pensarlo, existen más de 20 apps de ligue (dirigidas a cualquier orientación sexual e incluso estado civil), apps para conseguir aumentar los seguidores en Instagram, las que funcionan como un personal shopper, las que te recomiendan de qué manera puedes adelgazar, aquellas que contabilizan todos los pasos que vas dando (y las calorías perdidas, claro), las de poder hacer “check-in” de los restaurantes a los que acudes y ganar puntos como si de un juego se tratase… Porque, queridos todos, nuestras vidas tecnológicas (y no tan tecnológicas) se han convertido en un juego y yo me declaro como una de sus principales adictas. De hecho, propongo crear una Plataforma de Afectados.

Y ahí estaba yo, sumergida en estos pensamientos, que ni me di cuenta de que me había pasado mi parada. Pues nada, más trayecto para pensar en la cantidad de tiempo que perdemos conectados al móvil. Porque nos fascina lo virtual. A veces intentamos negarlo incluso, pero pocos somos capaces de, no ya apagar el teléfono móvil (algunos no lo hacen ni siquiera en una función teatral) sino de silenciarlo o guardarlo. Lo cual me hizo recordar un corto maravilloso, de esos imperdibles, que os recomiendo ver encarecidamente:

YouTube video

¿Conexión o desconexión virtual? El eterno debate…  Lo peor de todo esto no es que perdiese la oportunidad de conocer al hombre de mi vida y eso me llevase a divagar de manera surrealista sobre un hecho demasiado serio como lo es la pérdida de las relaciones físicas, sino que… otra vez, me estaba quedando sin batería. Así que , tocaba ser fiel a mi promesa O’Hara y, como dicen Fito y Fitipaldis en una de sus canciones: “lo invisible existe sólo porque no se ve”.

Autor: Vanessa Angel