Así es amigos. Me considero una nécora en el arte del ligoteo. Entendamos nécora como persona torpona que no se entera de lo que pasa a su alrededor. Cuando alguien me lanza una indirecta, en vez de pillarlas, voy hacia atrás, con mis ocho patas de cangrejo, y las pinzas hacia arriba, por si acaso. Pueden ser las directas más directas del mundo, los monolitos más grandes jamás lanzados, los trastos más ruidosos… pero no. Si hay algunas de vosotras que seáis como una servidora, sabréis de sobra que esas parafernalias no las cogeremos al vuelo, las dejaremos pasar de largo por los siglos de los siglos, amén. Y esto amigos, pasa con más frecuencia de las que pensáis.

¿Cómo llegué a la conclusión de que no me entero de absolutamente nada cuando alguien me tira los trastos? Pues la cuestión es que un día, con unas amigas en mi casa decidimos repasar el contaje de chicos que nos habían tirado los trastos ¡Ojo! Tirar trastos =ligar, no hemos hablado de tirar mobiliario (aún). Mis amigas se rieron y dijeron sus cifras. Casualmente yo dije la mía. No es que realmente me suponga un problema en el tema chicos, pero repasando las conversaciones con algunos titis que he tenido a lo largo de estos años, han dado para unas cuantas risas.

Sus ojos se abrieron que parecían gatos mirando un trozo de bacon. Y se hizo el silencio. Pero para mí, para mi cuerpo serrano, yo no lo consideraba una cifra baja, era lo que siempre había creído “normal”. Y con la misma nos pusimos a ver trozos, anaquiños, de conversaciones con algún que otro chicuelo con el que había hablando y que no pasó de ahí, de ese último “jaja” que se quedó colgado, esperando a que alguien se le ocurriese la tenaz idea de continuar. Pero se queda ahí solo, mirando a un futuro inexistente. ¡Y entonces, el silencio se convirtió en Chocapic!

Para aquellos, chicuelos y chicuelas, que sufráis mi significativa peculiaridad, que sepáis que aparte de la adorabilidad que provocamos en los demás, nosotros también pillamos, con más dificultad, pero pillamos. Entonces, cómo darte cuenta de que eres una nécora al ligar. Estos son las situaciones a considerar:

  1. La educación ante todo. Cuando ves que empieza una conversación de lo más formal con esa persona. Pero que no pasa de ahí, de educación, de un no fluir. Probablemente porque, aunque haya interés por ambas partes, solamente ves eso, curiosidad con un toque de cortesía. Un chico o chica majos que empiezan a interesarse por ti, por lo que te gusta y en vez de pensar “Uy… Puede ser que..”, te viene a la cabeza “Oish, que majete”. Punto. No hay más.
  2. Cuando necesitas la ayuda de algún amigo/a que repase las conversaciones (vía red social o en persona mismamente, doy fé, pasa) y te haga ese pequeño gesto con la cabeza de “Lánzate, que quiere filete”. Entonces sí. Porque, en mi caso, si voy yo sola, acabaré hablando de “1000 maneras de morir”. Y creedme, no hay a muchos que le mole el tema.
  3. Cuando no pillas el jugueteo de las indirectas. Vamoh a ver… ¿Por qué indirectas? ¿No veis que sufrimos descirfrando los complejos enredos de vuestras mentes para saber si queréis decir sexo o comida? Para aquellos que no las pillen o que veis que tardan mucho, hacednos un favor,  tirad pa’lante. Decid lo que tengáis que decir. Las ganas de conocernos, de quedar, de chuscar… Pero sin tejemanejes, que no nos enteramos. Y si habláis de “comer empanadas”, probablemente os daremos las dirección de un buen horno donde las hagan para chuparos los dedos, pero será lo único que se os chupará.
  4. Cuando necesitas preguntar más de dos veces si están seguros de lo que dicen. Veréis, mi experiencia demuestra que, en las raras ocasiones en las que los hombres consiguen mantener el interés después de tanto rato y me lo dicen directamente (se oyen aplausos de fondo), les miro entre pensativa e incrédula y no se me ocurre soltar nada mejor que “¿Yo?¿Seguro?¿En serio?”. Y claro, ¡voló!¡Y yo volé de él! Para aquellas que se hayan encontrado en mi situación, no preguntéis, haced lo que vuestro instinto os grite.
  5. Cuando algún/a titi que veis en la distancia  y os suelta una de esas sonrisas que se os para el corazón. ¿Sabéis ese momento? ¿El momento en el que tu corazón se te para porque piensas que tienes algo en la cara? ¿Ese en el que vais corriendo a pedir socorro a algún amigo o espejo para ver si tenéis todo en su sitio? Pues ese, amiguis… Ese es probablemente uno de esos momento en el que nuestra inocencia no nos dice que alguien muestre interés, sino que se está riendo de nuestro careto molongo.

 

Aún así, y con todos nuestros defectos, no me cambiaría por nada del  mundo.

Autor: Cora Villar.