Nos conocimos en un pub cualquiera de una ciudad europea. Yo había bebido demasiadas cervezas y tú te perdías en el fondo de tu whisky con hielo. Me miraste y te juro que no sé qué maldito botón pulsaste pero me encendiste por dentro. Intercambios de sonrisas, miradas, mordidas de labio como si de una baraja de cartas se tratara. ¿Cómo pudimos jugar en silencio en medio de aquel bullicio?.

Los días se iban sucediendo y cualquier excusa era buena para vernos. Siempre buscando un roce fortuito que nos alargara un poco más la vida, pero no supimos ver que éramos un reloj de arena invertido y que cada segundo juntos desembocaba en nuestro final.

Fuimos tan tontos de aguantar las ganas hasta la última noche, de despedirnos con dos besos cuando nuestras bocas se morían por conocerse. Me gustas, me dijiste de camino al autobús. Me muero por besarte, te respondí yo.

Nos pasamos los últimos cinco días juntos enredados en los cuerpos del otro. Tus labios en mi cadera, tu lengua entre mis piernas. Jugábamos a ser la pareja perfecta en restaurantes perfectos y luego nos desvestíamos en cualquier rincón como dos cualquieras.

‘No te vayas’, te pedí la última noche apoyada en tu pecho. ‘Si no te vas te lo doy todo’. Pero tú te fuiste, ¿recuerdas? Claro que lo recuerdas.

Te fuiste y no me preguntaste si quiera por qué nos conocíamos de un jodido mes y se sentía como en casa. Por qué nos pasabamos las horas tirados en el suelo mirando las estrellas. No hablábamos el mismo idioma pero no nos hacía falta, encajábamos a la perfección.  Me sentía en el epicentro de una tormenta con sólo tus ojos verdes como amarre.

Seguramente no quieres que cuente el final, porque ya lo sabes, porque ya lo sé. Te montaste en el avión y me dejaste aquí, con todos los huesos rotos de lo que pudo haber sido y no fue, sin poder reprocharte nada porque nada me prometiste, pero sin poder sacarme de la cabeza como no luchaste por algo que sabías desde un principio que estaba bien. Serás un bonito recuerdo, me dijiste. Pero esta vez yo no te respondí.