Ha ocurrido aquello que nunca pensé que ocurriría. Mi corazoncito se ha vuelto frío como el de Anna en Frozen. Y es que, llegados a este punto, es mucho más fácil no sentir, es más cómodo, menos doloroso… ¡pero tan aburrido!

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En mis años mozos solía ser la típica chica que se enamoraba hasta de una piedra. Pero es que ni la piedra me miraba. “Eres muy guapa, y muy alta, serías un bombón si perdieras unos kilitos”, esa maldita frase que ha dominado mi adolescencia y parte de mi juventud. Siempre cargando con la losa de los kilos de más, valga la redundancia. Pasaban los meses, y veía a mis amigas, a mis compañeras de instituto, todas con sus tallas 38, llevándose a los chicos de calle. Salíamos en grupo, y todas ligaban, todas, menos yo. Se enamoraban, y eran correspondidas. Se echaban novietes de instituto, vivían su primera historia de amor, que se acababa, pero era tan bonita.. Y yo observaba. Y soñaba cada noche (y cada día), con que mi príncipe azul apareciese en cualquier momento y me jurase amor eterno. Pero no llegaba. Seguía enamorándome, dispuesta a darlo absolutamente todo, y nunca tuve la oportunidad de darlo. Tanto amor guardado, sin ocasión de dejarlo salir! (No se cómo no implosioné)

Hasta que me cansé. Me cansé de esperar. Decidí que era mejor “dejar de buscar”, dedicar mi tiempo a cosas más productivas. Estudié, estudié y estudié, comencé a trabajar, y a hacerme cada día más fuerte. A crear la mujer que soy hoy. Mis kilos siguen ahí, (parece ser que son los únicos que en realidad me aman incondicionalmente), pero ahora es diferente, ahora he aprendido a quererme, he aprendido a ver las cosas de otra manera. Y me he dado cuenta de que no eran mis kilos los que me impedían ligar en las discotecas con sesión light, sino mi actitud derrotista. Salía de mi casa con la idea fija de que no iba a ligarme ni al más feo ni al más borracho del lugar, porque era tan sumamente horrible con esas lorzas que nadie se fijaría en mí, y volvería a casa con un nudo en la garganta, con la esperanza de levantarme a la mañana siguiente y estar en el cuerpo de otra persona, más delgada.

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Pero ya nunca más. Ya no volveré a hacerme daño a mi misma, ni dejaré que nadie me lo vuelva a hacer. “Nobody is perfect, baby”. Todos tenemos nuestros defectos, nuestros miedos e inseguridades. Es algo humano. Solo tenemos que aprender a aceptarnos como somos, a querernos un poquito más cada día y a exprimir cada minuto de nuestras vidas como si fuera el último. Porque todas esas personas que pasaron por nuestra vida para destruirnos un poco, con o sin intención, pero oye, lo hicieron igualmente, no están en nuestros zapatos. Cada cual vive su vida, y nosotros debemos preocuparnos de vivir la nuestra, y de ser cada día un poquito más felices.

Y ahora, que estoy en mi mejor momento, que soy una mujer preciosa y segura de mí misma, que ligo con quien quiero y cuando quiero, sí, sí, ahora, no soy capaz de enamorarme. Ahora me he vuelto fría como el hielo. Todos los chicos que conozco tienen algún defecto irreparable (o al menos, eso me parece a mí). Incontables citas Tinder, Badoo y toda esa pesca. Que no se diga que no lo intento. El amigo de un amigo, el primo de mi vecina, el repartidor de pizzas. Tiro la caña a todo aquel que me parece “pasable”. Y ninguno me llena. Ninguno me hace sentir esas cosquillitas que te hacen sentir tan viva. Necesito volver a enamorarme ya, y no hay manera.

¿Será que ya mi corazón no quiere sufrir más? Me gusta pensar que esta etapa de chica dura insensible es porque el destino me está preparando algo tan sumamente bueno, que me necesita 100% receptiva para disfrutarlo. Ojalá fuera eso. Y ojalá no me canse y me meta en un convento de clausura antes de que llegue.

¡Necesito amor ya!

Autor: Mónica SR