Que sí, que vale, que del porno no nos creemos ni la mitad, que ya lo hemos hablado mil veces y lo hemos reflexionado otras tantas. Penes kilométricos, maltratos abusivos a nuestros pobres pechos, uñas dignas del Capitán Garfio, uso inexistente del clítoris, mujeres que se corren durante horas  y un inmenso y casi infinito etc.

Pero no, señoras, no todo está perdido. Del porno también se aprende, fuerte y sin piedad. No hablo del porno específico que a nosotras nos gusta, hablo del porno en general, del porno asqueroso, del porno común, del porno para señores, del 90% del porno.

He aquí las ocho lecciones que he sacado tras muchos, muchísimos años de consumidora del guarrerismo en forma de vídeo:

Primera enseñanza de la pornografía: cualquier momento y lugar es bueno. A los señores de los vídeos se la suda dónde, cuándo y cómo estén. Cualquier lugar y situación es válida, ellos se ponen cachondos y sin previo aviso, perdón ni permiso, ale, dale que te pego donde y contra lo que sea. Pues queridas, ya podemos tomar buena nota, si nos apetece, nos apetece. El lugar es lo de menos, hay que probar distintos paisajes, no sabemos hasta qué punto puede sorprendernos el morbo de un lugar u otro. 

Segunda enseñanza de la pornografía: disfruta del sexo como si no hubiera nadie más. En prácticamente todos los vídeos XXX nos encontramos con camas que hacen ruido, señoras que gimen en dolby surround, disfrute puro y duro. No están pensando en si hay alguien en la habitación de al lado, en si tienen que hacer la compra mañana o en cuánto hace que no van a misa. No señores, no. Ellos follan como si no hubiera mañana, como si no existiera nadie más en el mundo, como si el sexo fuera lo más trascendental e importante de nuestras vidas. Tomen nota y aplíquense el cuento. 

Tercera enseñanza de la pornografía: toma tú la iniciativa. Nada de esperar a que tu pareja venga y te diga ‘oh cariño, quiero empotrarte vilmente contra esa pared’. Y un cagarro de cigüeña americana. Si te apetece hacer el ñacañaca, tú, tus dos tetas, tu culo, tu chocho, tu cara y tu cuerpo entero que demanden guerra, sin previo aviso. ¿Te apetece? Te lanzas. Y punto. Y practicas eso de ponerle cachondo cuando no toca, por mensaje, por llamada o en medio de cualquier situación. Ponte cachonda, ponlo cachondo, poneos cachondos. 

Cuarta enseñanza de la pornografía: no todo en la vida son las cuatro posturas de siempre. Ya vale de hacerlo siempre en la cama, con él encima y en silencio. Ve porno, investiga en el porno, aprende del porno. Cógete una buena libreta y apunta todo lo que te parezca interesante, prueba posturas distintas, juguetes nuevos, alimentos, aceites, yo qué sé. Investiga, descubre, conoce, arriesga y prueba antes de decir que no. Si no te gusta, no repites. Fácil y sencillo. 

Quinta enseñanza de la pornografía: da rienda suelta a tus fantasías. Todas, absolutamente todas, tenemos pensamientos y sueños eróticos, situaciones que se te pasan por la cabeza y de paso te mojan las bragas. Cada vez que tengas un buen deseo tórrido, no lo ignores y lo deseches, guárdatelo bien en tu cabeza y en cuanto se presente la oportunidad: ponlo en práctica.

Sexta enseñanza de la pornografía: sé segura de ti misma. ¿Habéis visto a las actrices porno? Madre del amor hermoso, si es que son todas absolutas diosas, son divas, son dueñas de sí mismas y, joder, qué morbo dan. Cuando practiques sexo -y en cualquier otra situación de tu bella vida- créete la puta ama del cotarro, nada de complejos, de miedos ni de inseguridades, créete una jodida amazona y disfruta de tu maldito cuerpo, que para eso lo tienes. 

Séptima enseñanza de la pornografía: todo el mundo puede disfrutar del sexo. En el porno hay de absolutamente todo: tallas, tamaños, colores, sexos, razas, pelos, uñas y grupos sanguíneos. Ahí follar todo ser: alto, bajo, gordo, flaco, moreno, rubio, depilado, sin depilar, tuerto, cojo y hasta embarazado. Ahí no importa cómo seas, cómo estés o cómo te vean, ahí todos follan, todos disfrutan y todos gozan. 

Octava enseñanza de la pornografía: hay vida más allá de la penetración. Y no, no hablo de que el clítoris existe, ni de los dedos, ni del sexo oral. Hablo de sexo tántrico, de masajes, de fetiches, de pies, de juguetes, de juegos, de roces. Hablo de probar cosas que de primeras tú dices ‘madre mía, a la gente se le va la olla, a quién le puede gustar eso’. Oye, monada, si lo probaras igual tú serías una de esas personas. 


Viva el porno, coño.