Estás tranquilo, (o tranquila, que para esto da igual el sexo), con el alma llena de cicatrices, pero tranquilo. Luces un nuevo corte y/o color de pelo, y hasta te atreves a empezar a soñar con otras personas.

Suena el teléfono y contestas sin mirar pensando que es algún amigo. Del otro lado del teléfono, una voz inconfundible te hiela el alma con un:

«Hola, ¿cómo estás?»

Siempre me he preguntado qué se supone que hay que contestar a eso: «Hecho unos zorros» o «Mal, muy mal» o «¿A ti que te importa?». Quizás un «¿Para qué coño me llamas ahora?

Pero todo se resume en decir: «Bien, ¿y tú?» básicamente porque como empieces a decir la verdad, no pararías de escupir lindezas en días. Después de ese instante el corazón empieza, no a latir, sino a galopar como corcel desbocado y un frío de muerte congela nuestro cuerpo.

«Tengo ganas de verte, ¿quedamos?» – «Claro», contestamos como idiotas, aunque el sexto sentido nos grite PELIGRO.

Entonces todo lo que nos habíamos propuesto mil veces, haciendo alarde de madurez, lo tiramos a la basura y nos convencemos de que a lo mejor ahora es diferente, o no, pero que por qué no probar.

Realmente en ese momento florecemos y somos el vivo ejemplo de la gilipollez. Razonar no, ¿¿¿Para qué???? Pero ¿son las otras personas las culpables? ¡NO! La culpa es toda nuestra, que somos incapaces de no seguirles el juego.

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Hay un refrán muy cierto que dice: «Donde hubo fuego, cenizas quedan». Ahora, nuestra es la decisión de tiznarnos o salir adelante. O de soplar las cenizas directamente…

Cualquier reencuentro, esto es así, es más fogoso que la primera vez. El peligro está en que de igual forma se entrega el corazón y las posibilidades de fracaso son muchas más que las del triunfo. Amar es algo muy serio, que va más allá de la cama, que vale que es algo no solamente maravilloso, sino saludable, pero nunca debe ser lo más importante.

El sexo a veces es parte del amor, pero nos debemos a nosotros mismos respeto y dignidad. Valores que olvidamos cuando aparecen los fantasmas.

Sé que la soledad no es buena compañía, ni el orgullo herido, ni el deseo. Reconozco que, cuando se ama, es muy difícil decirle que no a la esperanza, pero lo que no hay que hacer es cometer el error de pasar por las mismas cosas que una vez destruyeron la relación.

Nadie cambia de un día para otro, uno mismo tampoco. , porque lo más seguro es que lo que no funcionó antes, tampoco vaya a funcionar ahora.

Así que si suena el teléfono y al contestar, esa voz del pasado te dice «Hola, ¿cómo estás?» Contéstale (aunque el corazón te de un brinco)… «Perdón, creo que tiene el número equivocado»…

Autor: Lourdes Rueda