Dicen que el amor es complicado. Como una de esas ecuaciones matemáticas que sólo unos pocos saben resolver, pero yo creo que el amor es fácil.

El amor son sonrisas, besos con mal aliento por la mañana, enredarse bajo las sábanas de la cama, buscando el norte que marcan sus gemidos. El amor son miradas que dicen nada pero significan todo. Risas desde el fondo del estómago y que trepan hasta el principio de tu garganta.

Así que déjame decirte que no. Que el amor no es difícil. Lo jodido del amor es encontrarse. Coincidir en el momento exacto, en el lugar exacto, con la persona exacta. Algo así como la exactitud de lo extraordinario.  Eso sí que es complicado.

Podrías haber llegado cinco minutos tarde. Haber decidido ir en taxi en vez de en metro. No haber pedido chino para cenar. Hay infinitas posibilidades que habrían conducido a que tú, hoy, estés dónde estés, no estuvieras enamorada. O quizás sí, pero no con la misma persona. Su silueta se borraría de tu vida como una acuarela en el agua, desdibujándose lentamente hasta perder todo rastro de existencia.

Así que sí, la historia más bonita de tu vida se debe a que cogiste ese metro a las 15:45, a que decidiste salir esa noche a tomar una cerveza a las 22:30, a que a las 19:37 cruzaste aquel centro comercial y mientras mirabas el móvil, os chocasteis como si fuerais dos átomos generando calor.

Y asusta pensar como una cadena de pequeñas casualidades, todas sin importancia si las aislamos entre sí, pueden llegar a llevarte a algo tan grande como es verlo amanecer con el pelo despeinado todas las mañanas de tu vida. O la forma en la que te abraza cuando sientes que tienes huracanes por dentro y sólo él sabe darte la calma que cesa tus tormentas.

Y aunque quieras controlarlo no puedes. No hay un algoritmo exacto que te lleve a ese sitio del que nunca te querrás marchar, por mucho que lo intentes. No existen números, ni cálculos exactos que predigan cuando todo va a cambiar. Sólo te queda cerrar los ojos y dejarte fluir.