Sé que hay mucha gente con habilidad para complicarse la vida, pero lo siento, este año me llevo yo la banda y la corona de miss “qué coño has hecho”.
Estaba pasando una época de sequía amorosa, lo cual no me importaba demasiado, siempre he pensado que tener pareja no es una necesidad vital y ya hace mucho que superé todo el rollo de la presión social:
-Pero, ¿aún no tienes novio?
-Pues no, señora del pueblo de mi abuela, ni falta que me hace.
En fin, que estaba yo tan feliz con mi independencia y mi soltería cuando un día empecé a darme cuenta de que mi compañero de oficina me enviaba mensajes que traspasaban la línea de lo estrictamente profesional. Sí, entre nosotros había buen rollo, pero no tanto como para que me llamase princesa, que es lo que había empezado a hacer. Ni tampoco tanto como para que me pusiera ojitos de perro abandonado y me dijera que estaba muy guapa aquel día. Ni para que me invitase cada día al café.
Sé lo que estáis pensando. Liarse con un compañero de trabajo, y más trabajando en una micro-empresa: ¡ERROR!  No os precipitéis. No sólo era mi compañero y le tenía sentado enfrente durante cuarenta horas a la semana, no. Tenía diez años más que yo. Estaba casado. Y tenía dos niños pequeños.
Os ahorraré los pormenores de la conquista, sólo diré que fue un cliché de principio a fin: Mi mujer ya no me quiere, hace dos años que no me toca, me siento muy solo, me he enamorado de ti, eres tan bonita, nos llevamos tan bien, contigo puedo hablar de cualquier cosa, lo dejaré todo por ti.
Y sí, me lo creí todo, de principio a fin.
¿Que cómo pude ser tan tonta? Ni yo misma lo sé. Si pudiera volver atrás y darme de guantazos hasta que se me pasara la tontería, lo haría.
La cuestión es que caí. Había tanta pasión que apenas conseguíamos trabajar durante diez minutos seguidos, y cuando no estábamos juntos, nos pasábamos el tiempo colgados del whatsapp. Hasta que se acabó. Según su versión, le había contado a su mujer lo que sentía por mí, lo que en lugar de provocar que ella le echase de casa, hizo que abriera los ojos y se diera cuenta de que todavía le quería, que los últimos dos años en los que no le había tocado habían sido un error y que no podía vivir sin él.
En resumen. Eligió seguir con su mujer y dejarme a mí. Tirada, enamorada como una idiota y todavía preguntándome cómo había dejado que pasase todo eso.
Supongo que podría decirse que yo me lo busqué, que se veía venir desde el minuto uno, que cómo se me ocurre liarme con un hombre casado. Pero los guardianes de la moral y el honor pueden estar tranquilos, recibo mi penitencia cada día, trabajando a tres metros de él, escuchándole hablar por teléfono con su mujer, colgado del whatsapp con alguien que no soy yo y escondiéndome detrás de la pantalla de mi ordenador para no tener que mirarle.
Y ahora, ¿dónde está mi corona de Miss?

Lucía Uve