Susana (nombre cambiado, claro) es mi mejor amiga. Llevaba soltera un porrón de años antes de conocer a Eric, y aunque ella nunca ha sido mucho de casarse, hijos y demás, parece que con este chico va en serio y en más de una ocasión les he escuchado hacer planes de futuro. Llevan juntos algo más de un año y aunque no es el prototipo de hombre que a mi me gustaría, siempre la he visto contenta con él así que yo les apoyo, les he apoyado siempre.

He ido de sujetavelas a los sitios, me he comido la ‘envidia amistosa’ de ver cómo se besaban sin parar mientras yo me comía los mocos con patatas, en definitiva, creo que he sido una buena amiga.

El caso es que la soltera soy yo, y como tal, me da por usar Tinder de vez en cuando. No busco al amor de mi vida pero reconozco que estas apps facilitan el revolcón sin ataduras que a una, from time to time, le apetece. El domingo pasado, en una de esas larguísimas tardes de sofá y manta, le di un poco de caña al móvil, entré en Tinder,  y entre cientos de desconocidos… ¡ZAS! Una cara familiar. El novio de Susana, tan sonriente, tan campante. Por las fotos, era él. Por el nombre, era él. También por su descripción, su edad y ¡ojo!: última hora de conexión hace 2 minutos.

Presa de los nervios, hice un pantallazo y le di rápidamente a ‘NO’. Me he metido en un lío sin querer y me debato entre lo que debo o quiero hacer. Por un lado, no sé si entre ellos hay algún acuerdo personal gracias al cual los dos pueden acostarse con otras personas (lo dudo, pero bueno). Sé que no es de mi incumbencia, pero solo imaginar que mi amiga puede llegar a casarse con un tío que se dedica a pasar las horas en muertas en Tinder, pues como que no.

¿Qué hago? ¿Se lo digo a mi amiga? ¿Hablo con él antes? ¿Me hago la loca? ¡Necesito consejo urgentemente!

Autor: Marisa R.