Llovía y era jueves de noche, mi cuerpo estaba acurrucado en el sofá. Mi cuerpo blanco provincia del norte, mi cuerpo gordo estriado y por supuesto agotado tras un duro día de trabajo, mi cuerpo adornado con un moño atado a cuatro pelos y un pijama vintage gracias a las camisetas del antiguo PRYCA.

Mi cuerpo en modo maruja y mi mente en pleno buceo de la red social de turno.

No era un mal día, era un jueves noche rutinario de pijama de bolilla y bocata para cenar, pero de repente algo turbó esa extraña tranquilidad que uno consigue en el sofá. Mis ojos se pararon en el siguiente comentario visto en una página cuyo nombre no quiero acordarme: pero ¿os han visto follar? a mi me gustaría, a menos que seáis gordas entonces no quiero.

Y mi mente, que a veces camina feliz por el estado de aceptación a las grasas que cubren mis huesos y que otras patalea los pantalones en los que no cabe; saltó brutalmente haciendo un doble mortal al modo indignación para luego oscilar al modo ataque personal y finalmente acabar mirándose al espejo preguntándose por qué alguien que no conocía me podía haber hecho tanto daño en un comentario que ni siquiera iba dirigido hacia mi persona.

Y es que a veces la gordura para un gordo es como el compañero con TDAH, todos sabemos que tiene un problema pero todas las culpas se lleva.

¿Acaso por eso me dejó ese chico? ¿Por ese motivo aquel día me pidieron apagar la luz? ¿Le aplastaré con mi peso? ¿Doy asco?

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Y en esas reflexiones, ya sentada de nuevo en el sofá, y tras analizar mi vida sexual con la máxima objetividad que un sujeto puede permitirse,  llegué a la conclusión de que a mí me gustaba follar y también verme follar.

Y seguí pensando que yo no soy un apesardeque (añádase un de que está gorda, de que tiene barriga, de que tiene una teta más grande de la otra) sino que YO SOY y punto y nada de lo que soy me exime para verme grandiosa, sensual y atractiva ya sea caminando por la calle o con un pene cobijado entre mis gordos muslos.

Y mi mente, que como ya os dije le encanta hacer acrobacias entre complejos también sabe ver que no hay distinción entre ser gordo y ser divino, porque la divinidad de la imperfección se encuentra en todo ser humano. Y finalmente, mientras mi cuerpo se sacaba su ropa interior de zonas innobles, concluyó que las palabras son solo un montón de líneas agrupadas y los sentimientos que nos puedan transmitir depende de la lente con la queramos mirarnos a nosotros mismos.

Y mi lente lleva mucha resiliencia y amor propio.

Andrea Mata

En las fotos: London Andrews