Quien dijo aquello de «la confianza da asco» tenía toda la razón. En alguna ocasión, movidos por una falsa idea de lo que realmente significa la confianza, todos hemos hecho cosas de las que no nos sentimos orgullosos como leer algo que no era para nosotros, aprovechar que una amiga se ha dejado el Facebook abierto para echar un vistazo, leer las conversaciones de Whatsapp del viajero que tenemos delante en el bus o coger el móvil de nuestra pareja. Estas pequeñas travesuras, a las que nunca les hemos dado demasiado importancia, suponen un delito, ya que todas las personas del mundo mundial tenemos derecho a la intimidad, a guardarnos secretos, y aquel que decida adentrarse en ellos sin nuestro consentimiento, además de haber demostrado ser bastante rastrero, ahora también podrá ir a la cárcel.

Por primera vez, en España, un hombre ha sido condenado a dos años y medio de prisión y una multa de seis euros diarios durante diecinueve meses por espiar el móvil de su mujer, de la que se estaba divorciando, para descargarse contenido que le ayudara a probar que ella le estaba siendo infiel. De este modo, queda claro que ni siquiera cuando tienes la certeza de que algo está ocurriendo tienes derecho a invadir la intimidad de otra persona. El fin no ha justificado los medios, puesto que, aunque el marido estaba en lo cierto y existía una infidelidad en su matrimonio, la prueba no fue aceptada por el tribunal por haber sido conseguida a través de un delito de descubrimiento y revelación de secretos con el agravante de parentesco.

Esto debería hacernos pensar sobre por qué en algunas relaciones de confianza (pareja, amigos, familia) se pone en peligro la intimidad del individuo. Generalmente, espiamos a otra persona porque nos sentimos inseguros y necesitamos recuperar el control de alguna forma. A veces esas inseguridades son totalmente comprensibles: una madre que cree que su hijo está teniendo problemas, una chica que cree que su amiga está siendo acosada, una mujer que cree que su pareja le está siendo infiel… pero en ningún caso debe llevarnos a realizar este tipo de actos. Es importante que no veamos como algo normal el fisgonear en las cosas de los otros, y lo mismo si le damos la vuelta a la tortilla: es peligroso creer que es normal que los demás puedan fisgonear nuestro móvil o nuestro ordenador.

Hay personas que exigen a sus parejas la clave de su cuenta de mail o la contraseña de su teléfono móvil. Padres que se sienten en la obligación de revisar el teléfono de sus hijos, amigos que quieren leer tus conversaciones de Whatsapp para saber con quién hablas. Ten cuidado. En ningún caso una relación de confianza debe derivar en una relación de control. La persona que te exige ese tipo de cosas no quiere ayudarte, ni te quiere más, ni se preocupa por ti. Sólo quiere controlarte. Todos nos hemos sentido confundidos alguna vez y hemos pensado que la solución a nuestra inquietud podría terminar si supiéramos con quién habla nuestra pareja por le móvil. Pero la confianza no debe llevarte a espiar a una persona que quieres sin su consentimiento, sino a poder hablar con ella de tus preocupaciones y plantearle tus dudas. En ningún tipo de relación una persona tiene derecho a espiar a la otra. Si sientes la tentación de echar un vistazo a un teléfono móvil que no es el tuyo, párate a pensar en por qué crees que esa es una buena idea y si el problema que te ha llevado a pensar así no podría tener otra solución. Si sientes que alguien de tu entorno está invadiendo tu intimidad, habla con esa persona, y si no quiere escucharte, pide ayuda: tienes derecho a tu intimidad y quien la vulnere estará cometiendo un delito.

Fuente de la noticia «Espiar el móvil de la pareja: dos años y medio de cárcel»: El País.