​Algunas citas van bien y el chico me gusta, me pone, por distintas razones. Tras tomar algo y cenar, en algún momento, nos besamos y pasamos la prueba de fuego. A veces los besos que nos damos van tan bien que todo se anima. Llega entonces el momento del «vamos a un sitio más tranquilo» y, por excitada que esté, mi respuesta es no, hoy no.

Voy a descartar en principio las opciones de que me mate aunque es gente completamente normal la que hace estas cosas. Digamos que he integrado esta posibilidad como remota y no la tengo presente cada vez. Eso sí, doy sus datos a alguna amiga, digo dónde quedo y una hora aproximada de chequeo de que todo va bien por si acaso.

 

Algunos tíos dicen que ellos también podrían tener miedo de mí y es cierto, incluso sensato. Uno de ellos pensó ante mis dudas: «Es una desconocida pero ¿qué me puede hacer? Nada». Y esa respuesta es la que cambia para mí. Yo sí creo que el hombre desconocido que tengo delante tiene capacidad potencial de hacerme algo.

¿De qué tengo miedo? Porque es miedo, sí, un miedo lógico y racional. Temo verme indefensa ante alguien que no conozco de nada, de quien no tengo ninguna referencia. Esto último no te libra de nada pero da tranquilidad a la hora de dar el paso.

Janet-Leigh-actriz-Psicosis-recordado_CLAIMA20150717_0232_28

En el rato que paso en una primera cita, además de notar si me gusta, concentro mi atención en sus actitudes. Analizo lo que dice, cómo lo dice, lo que calla y trato de adivinar si es respetuoso. Intento responder a la pregunta que me martillea el cerebro cuando mi cuerpo ya ha decidido que quiero acostarme con él: ¿Se parará si le digo que no en algún momento o se volverá una bestia sin freno? Ése es mi miedo.

Y, claro, el sexo generalmente requiere intimidad, un espacio discreto, alejado del resto de personas, cerrado… Justo el ambiente ideal para sentirme segura. ¡Yuju! Nótese la ironía.

¿A vosotras también os pasa?