En un lugar de la estepa castellana, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía una chica de 20 tiernos años en un piso de estudiantes roñoso y con el chirri más salido que el pico de una plancha. Fue durante el segundo año de carrera cuando conocí al que vamos a llamar, Mario.

Yo estaba pasando una etapa de desenfreno sexual. Después de salir durante dos años con un tío bastante gilipollas y, para qué mentir, malo en la cama, catar varón era mi hobbie preferido. Un día, una amiga a la que no guardo rencor, me presentó a un chico que era “perfecto para mí”.

Que sí mensajito por aquí, que si foto por allá, y ciertamente el chaval me ponía perraca. Tenía pintas de cantante de grupo indie, es decir, barba, gafas de pasta, pantalones pitillo, y sus piernas eran la mitad de una mía. A mí me moló el rollo.

Una noche de borrachera, Mario y yo coincidimos en un bar. Se acercó lentamente a mí, y de su boca salieron sonidos demasiado agudos para que un ser humano los percibiese. El problema es que su voz no solo era hiper aguda, sino que además parecía Paris Hilton con la entonación y las muletillas que usaba. Como en el ligar y en el follar, todo es empezar, a mi me la sudó. Seguí bebiendo hasta el punto en el que no distinguía la voz de Fresita de Gran Hermano y la de Constantino Romero, así que nos empezamos a enrollar.

Entre magreos y lengüetazos, el amigo me soltó “te quiero follar sobre mis sábanas de franela lila”, y como uno de los requisitos que yo busco en un hombre es que me haga reír, fui palante como los de Alicante.

De camino a su casa él no se reía, debe ser que con la franela no se juega, pero yo veía todo maravilloso y divertido. Parábamos por los portales y nos enrollábamos al ritmo de sus comentarios, y yo, que llevaba más cerveza en sangre que glóbulos rojos, me empezaba a mear fuertemente. “Esta noche va a haber party party”, decía Mario, pero no lo hacía de coña, era su forma de hablar. Vosotras imaginad a un tío de metro noventa con barba negra, gafas de señor, cara de funeral y voz de Spice Girl, diciendo “o sea, es que eres fabulosa nena”.

Por fin llegamos a su casa, y yo ya no podía aguantar más las ganas de mancillar su cama lila. De la mano me llevó a la habitación y CHAN CHAN CHAN… No solo eran de franela sus sábanas, sino que también lo era el maravilloso vestido turquesa de su Bárbara Fashion.

Vamos a ver, yo no me voy a meter con los gustos de las personas, pero nene, avísame de que me voy a encontrar con una muñeca de metro veinte en tu habitación porque casi le calzo una hostia pensándome que había entrado un Oompa Loompa a robar a tu casa.

Sea como sea, ignoré las miradas de Bárbara y de las veinticuatro muñecas de porcelana que la acompañaban (sí, las conté) y seguí dándole que te pego con Mario. El chaval follaba de vicio, a lo mejor practicaba con sus compañeras de habitación en los ratos libres, pero parecía Christina Aguilera entonando cada vez que gemía, y al llegar al punto álgido del polvo la magia se rompió. “O SEA, ME CORRO”. Literal. Con voz de señora del barrio Salamanca. El shock fue real.

Y yo no me corrí, pero sí que me meé encima de la risa sobre sus sábanas de franela lila. Mario me echó de su casa y aunque nadie me cree, juro que mientras me ponía las zapatillas a duras penas por el pasillo de su casa, escuche al chiquillo hablando con Bárbara.

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Autora: La cazafantasmas

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