Lunes, el peor día de la semana para muchos (excepto para mí porque aquel lunes iba a ser ÉPICO). Salí de casa emperifollada, llegué al trabajo y recibí miradas de todo tipo, las que más se repitían son las que parecían decir «¿Pero esta tía cómo tiene humor para ponerse de esa guisa un puto lunes?». Me senté en mi mesa y empecé a trabajar, contando las horas para que llegasen las 19h.

Me pasé el día sonriendo y tarareando canciones, y es que lo que iba a pasar a las 19h me tenía bastante contenta.

Hacía dos semanas que hablaba con un tío que conocí por Badoo y todo apuntaba a que iba a tener una tarde de sexo maravillosa. Decidimos vernos un lunes porque vamos de modernos y de antisistema y no queríamos caer en aquello de quedar un viernes o un sábado como el resto de las citas de ligar. Aproveché el finde para depilarme entera, hacerme mil tratamientos en la piel y comprarme unas bragas monas para la ocasión. Solo con ponérmelas esa mañana me había puesto cachonda pensando dónde iban a acabar.

El tipo en cuestión está buenísimo y me costó pensar que no era un Catfish. Veréis, yo sé que soy una monería pero llego a las 3 cifras en la báscula y el chico es de los que se machaca en el gimnasio día sí día también. Vamos, que cuando me entró pensé que era un loco de los que quieren entrenarte o de los de Herbalife que intentan hacerte perder 30 kilos solo por entrar en su secta y abrirte un perfil en Instagram. Pero no, mi vikingo boxeador era un amante de las curvas y quería ponerme mirando a Tenerife (con el pollón que tiene lo de Cuenca queda demasiado cerca).

Nos llevábamos calentando dos semanas muy fuertemente, y decidimos quedar en su piso para ir directos al tema. A las 18:45 me di un baño polaco en el curro y salí dispuesta a comerme todo lo que me pusieran en el menú.

Llegué y nada más verle mojé braga, sin mediar palabra me agarró del culo y me empezó a besar como si no hubiese mañana. La cosa se calentó en pocos segundos y sin darme cuenta yo ya llevaba la falda a modo de bufanda y mis tetas estaban liberadas como Willy, libres de sujetador y saltando como locas. Me desnudó por completo, le desnudé por completo, me tumbó en la cama y me empezó a comer. Pasaron 5 minutos y me puso en pie, se tumbó boca arriba y me soltó: Siéntate encima de mi cara.

Jesusito de mi vida tú eres niño como yo por eso te quiero tanto que te doy mi corazón.

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Le hice caso, vaya que si lo hice. Me senté en su cara y me apoyé en el cabezal de la cama. El tipo comía aquello con un ansia y una pasión que me dejaron con los ojos en blanco. De vez en cuando soltaba gruñidos y rugidos y eso me ponía más y más. Me olvidé por completo de la vida en general y me centré en disfrutar y llegar a mi ansiado orgasmo. Hasta que pasó.

Debieron pasar 5 minutos hasta que me di cuenta que había parado. «Vaya cabronazo» pensé. «Justo cuando estaba a punto de llegar va a parar, seguro que quiere que se la coma». Me seguí moviendo en su cara pero nada. Decidí apartarme e ir a comerle el asunto cuando le vi con los ojos cerrados y la boca abierta, inconsciente.

PERO QUÉ COÑO (y nunca mejor dicho).

Intenté despertarle, le eché agua en la cara y le pegué un par de hostias, pero parecía un puto muerto. Le tomé el pulso histérica perdida y vi que seguía vivo. Llamé a una ambulancia y esperé.

Me quedé sentada, en la cama, con las tetas colganderas y pensando en lo desgraciada que era. Me vestí, le puse algo por encima al muchacho y le limpié con una toallita la cara (por aquello de que estaba lleno de restos de mi chochamen). Llegó la ambulancia y lo primero que preguntaron fue «¿Qué ha pasado?» y ya me veis, explicando cómo mi coño había dejado inconsciente a ese señor boxeador. Evidentemente tuve que aguantar alguna que otra risa, las soporté y les acompañé al hospital.

Finalmente mi vikingo despertó y se quedó descolocadísimo al ver que lo que ahora tenía encima era una lámpara de hospital y no mi señor coño. Le expliqué el tema y el pobre solo alcanzó a decirme: me lo he comido con tanta ansia que me ha sentado mal.

Al menos el chaval tenía gracia y se lo tomó a bien. Repetimos, pero nunca más me pidió volver a sentarme en su cara, imagino que no llevó muy bien eso de que un coño le noqueara.

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