(Casi) Todas tenemos tres necesidades vitales que nos vemos obligadas a cubrir: comer, dormir y follar. Hay temporadas en las que cubrirlas es fácil pero otras o le rezas a San Antonio o nanai de la China. En esas épocas una se ve obligada a hacer lo que sea y allí me encontraba yo, navegando por las oscuras aguas de Badoo para conseguir un polvo de buenas noches.

La fauna, además de variada, era de lo más directa que había visto nunca. Y así, entre un culo por aquí y una polla por allá, descubrí lo distinto que puede ser el miembro viril. En varias ocasiones me vi tentada de abandonar mi misión pero siempre pensaba “venga, seguro que hay alguien como tu”.

No sé si fue por la fe que yo le puse a aquello o por pura casualidad pero lo cierto es que al final di con un muchacho cuya primera intervención no fue “k buscas x aki?”.

La noche se me pasó en un abrir y cerrar de ojos, una conversación interesante y picarona a partes iguales. Total, que nos dimos los teléfonos y al día siguiente continuamos con la charla. Por H o por B no pudimos quedar hasta el fin de semana siguiente así que durante toda la semana hablamos a diario. Y tantas horas de charla dieron para mucho. Yo ya me sabía al dedillo sus gustos sexuales y me había preocupado de que él supiera los míos.

Por fin llegó el día y como el ambiente estaba taaan caldeado quedamos directamente en mi casa. Por aquel entonces yo compartía piso pero mis compañeras iban a estar fuera hasta bien tarde por lo que podría disfrutar de sexo salvaje sin preocupaciones, pero a la vez, si el tipo resultaba ser un loquito, mis compañeras volverían a tiempo de salvarme. Todo un planazo.

El muchacho llegó puntual y bastó abrir la puerta para empezar a palmotear. ¡Ay, madre! Pasamos del vino y la cena que había preparado y nos fuimos directamente a la cama. La cosa empezó mejor que nunca, el chiquillo había hecho los deberes y nos fuimos soltando cada vez más. No sé cómo pero ese muchacho me manejaba como si yo de repente me hubiera convertido en una sílfide o él en un forzudo. La temperatura fue subiendo y subiendo hasta que se nos fue la pinza y yo empecé a gritar como si estuviera montada en una montaña rusa. A él le dio por darme un pequeño azote y a mí la cosa me moló tanto que mi grito fue descomunal. A lo que él respondió con otro azote. Mi zona íntima ya se había convertido en una cascada y él pareció captar la indirecta así que se le soltó la mano y los azotes fueron a más. A mis gritos se unieron sus gritos. El final apoteósico era previsible hasta que, sin comerlo ni beberlo, suena el timbre de la puerta y escuchamos “Abran la puerta, por favor. Policía”.

– Para, para. ¿Has escuchado?

– Sí. La policía, ¿no?

Entre sudores, con miedo por no saber lo que estaba pasando y con odio por aquel coitus interrumptus fuimos a abrir la puerta. Al otro lado una pareja de la policía local y en el rellano mi vecino de enfrente.

Al parecer los gritos no fueron interpretados como gritos de placer y los azotes se entendieron como bofetadas por lo que mi vecino llamó a la policía creyendo que estaban propinándome una paliza. Así que con tal corte de rollo lo que prometía ser el mejor polvo de mi vida terminó siendo un “venga, vamos a terminar como sea”. A partir de entonces mi relación vecinal ya no fue la misma, seguro que entendéis por qué.

Anónimo

Envía tus follodramas y tinder sorpresa a [email protected]