El verano está cargado de romances y más cuando son las fiestas de tu ciudad. Hace un par de años cuando iba con una amiga y su sobrina dando una vuelta entre las atracciones y puestecillos, me paré en uno de bisutería para probarme un colgante con piedras, cuando un chico que tenía enfrente empezó a hablarme.

– Si fuera tú, me lo llevaría. Te queda muy bien.

– ¿Cuánto cuesta?

– Para ti no tiene precio, lleva tu nombre. ¿Quieres probártelo?

Total, que me aparto el pelo y me pone el colgante mientras me coloca un espejo delante. Tenía esa belleza mediterránea de rasgos duros, pelo oscuro y ojos marrones, con barbita de 3 días. Luego ése chico miró a otro tío que llevaba una riñonera y le dijo…

– Paco, me lo llevo.

– ¿Cómo que me lo llevo? ¿Pero el puesto no es tuyo?

Y todo lo que obtuve fue una sonrisa por respuesta, el colgante en una bolsa y su número de teléfono. Osea, se me cayeron las bragas al suelo, ¿vale?

Yo desde que vi “El Diario de Noah” me pasé varios años por las ferias de los pueblos buscando a mi Noah. La cosa es que ninguno conocía ningún lago escondido lleno de aves exóticas al que llevarme en barca y besarme fogosamente mientras la lluvia empapaba nuestras ropas. Pero ahora estaba él. Su nombre era Antonio, y era feriante de paso por mi ciudad. Y su puesto no era el de bisutería, sino la atracción del saltamontes. Yo tan reacia a la ingeniería gitana desde que me quedé parada en lo alto de una noria y él poniendo voces de pitufo por el megáfono. Cupido, ¿a qué coño juegas?


Así que al día siguiente quedamos en la feria y nos saludamos con un morreo como si nos fuera la vida en ello. Dios, se estaba ganando un polvazo a pulso. Me propuso ir a una fiesta y yo acepté, aunque me pareció raro que él siendo de fuera, conociese algún sitio para ir de fiesta en mi ciudad, pero como iba arreglada, allá me fui. Andamos por las calles empedradas de la zona vieja hasta que llegamos a lo que parecía un cobertizo o garaje de donde salía música.

Y al entrar veo a 50 feriantes vestidos de gala, tocando la guitarra y bailando. Mujeres con vestidos de gasas y mucho oro. ¿Pero qué era esta maravilla? ¿Una boda gitana? Se acabó ser una persona de provecho. Quería ser feriante, fingir voces por el micro del Saltamontes y vender algodón de azúcar sin el carnet de manipulador de alimentos.

La gente simpatiquísima, aplaudiendo y yo me uní a beber y bailar con Antonio con Camela de fondo. Me había convertido en Esmeralda del Jorobado de Notre-Dame. Siempre tuve un puntito folclórico sin explotar. Sólo faltaba Lola Flores gritando «si me queréis irse» para que fuera un momento de ensueño.

Cuando de pronto aparece una chica y le da un empujón a Antonio.

– ¿Qué haces con ella aquí? ¿Cómo te atreves?

– A mí no me digas nada. Eres tú la que te fuiste con Manuel.

Y en unos segundos empieza a arremolinarse gente a ambos lados de los dos, mirando y discutiendo. Y allí estaba yo, metida entre 50 feriantes y una pelea de pareja en medio de una fiesta flamenca. No había escapatoria posible. Iban a matarme con Camela de fondo, ¿cómo podía haber llegado a esto? 

A mí me daban ganas de decir «si no pasa nada, yo ya me voy, que sólo quería un colgante«, pero tenía que atravesar la sala y había una señora mirándome fijamente, que me habría matado aporreando el abanico que llevaba en la mano contra mi cabeza.

Ellos seguían discutiendo mientras mujeres y hombres empezaban a alzar la voz y la gente me miraba como si yo fuera la mayor ramera del reino que le había quitado a una mujer decente, su hombre. Madre mía Lucía, aún te van a hacer la prueba del pañuelo…

gif miedo

Yo estaba embriagada por el alcohol, el flamenco y la intuición de que me iban a lapidar, y sólo pensaba que no quería morirme sin lavarme los pies con cocacola en el Rocío, como Carmina Ordóñez. Así que pensé que como no dijera algo, iba a acabar como Santiago Nasar en Crónica de una muerte anunciada.

– A ver, yo no sabía…

– Tú te callas, zorra.

– Yo no sabía que Antonio estaba con nadie. Nos conocimos ayer en la feria, y me invitó a tomar algo aquí, pero no ha pasado nada entre nosotros (por supuesto omití el beso, porque habría acabado atada a un saco de cemento en el fondo del río Lérez), y veo que todavía sentís algo, así que deberíais intentarlo (y dejar que me vaya, viva y con las dos patas).

– ¿No habéis hecho nada?

– No, pero eso a ti no te importa. No tienes derecho a pedirme cuentas cuando eres tú la que me dejaste por Manuel.

– Pero eso es mentira, ¿quién te ha contado eso?

– Me lo dijo Lola

Uy Lola. Yo estaba en problemas pero tú deberías escapar a Rusia en el primer Transiberiano. La suerte fue que la tal Lola no se encontraba allí en ese momento, ni sé lo que pasó después. Al final todo había sido un malentendido aparentemente y los muchachos acabaron besándose. En ese momento yo me sentí un poco Leonardo Dicaprio en Titanic cuando Kate Winslet no le deja sitio en la tabla y se acaba ahogando, pero al menos yo salía viva de aquella timba. Adiós al sueño de ser vendedora ambulante o de volver a visitar una atracción de feria. Nunca un colgante gratis me había salido tan caro.

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@LuciaLodermann
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