Aquí la eterna trabajadora temporal de contratos basura, y a veces me encuentro más basura por el camino que unos simples contratos.

Verano, el paro baja y las eternas sustitutas nos quedamos sin vacaciones. En uno de esos días soleados en la calle pero grises en la oficina apareció él, o más bien empezó a llamarme la atención porque ya llevábamos días compartiendo cafés de máquina.

Como quien va al río a pescar una trucha, así estaba él día tras día, tirándome la caña. Y yo que soy más bien un pececillo libre me costó coger el anzuelo. Fueron un par de semanas graciosas: él quería saber mi nombre y yo me resistía a decírselo. Lo que en principio era un “no te lo digo porque eres un plasta” se convirtió en un juego bastante divertido. Los días transcurrían entre miradas, risitas y su afán por saber cómo me llamaba, como si fuésemos adolescentes en plena revolución de hormonas. Mi contrato llego a su fin  y cuando me despedí le escribí una nota: “Tienes mi nombre y mi teléfono, ya es algo más de lo que llevabas buscando estos días”, se la deje entre los bolígrafos y rotuladores, como si estuviésemos aun en el instituto y no quisiera que nos interceptaran la notita.

Esa misma noche me escribió y mi sonrisa iluminó mi cara. Estuvimos varios días hablando, aunque en ocasiones iba muy  “a pico y pala” me pareció divertido seguirle el juego una vez más.
Quedamos un día para tomar un café. Fuera de la oficia todo se veía más extraño pero aunque éramos un poco como la noche y el día parecía que habíamos conectado. Nos vimos un par de noches más, donde la pasión fue la protagonista de la velada. Y a partir de ahí todo se enfrió, quizás quemamos todo el fuego en esas dos noches y solo nos quedaban cenizas.

Ya que no pude disfrutar de unas largas vacaciones, en septiembre me permití un fin de semana para desconectar, viajar, playa y sol, pero antes de irme de la nada me escribió. Quedamos para un café: “¿Cuándo vuelvas quedamos?” “¿El día que regreses comemos juntos?” “Nos volveremos a ver ¿no?” fueron sus preguntas durante la hora que duró nuestro repentino reencuentro.

Como no quería agobiarle esperé a estar en mi ciudad para escribirle y sus respuestas fueron monosílabos. Tras una semana sin saber de él le pregunté si pasaba algo y el tick azul se quedo ahí, solo, sin su respuesta. Ahora sí que estaba claro, había hecho una bomba de humo en toda regla. Me hago un bicho bola, me quedo un par de días lloriqueando en el sofá en compañía de un bote de Nocilla y a pasar página. Parece que está de moda esto de dar espantadas y desaparecer, no le encuentro la lógica pero bueno, será una de las tantas preguntas sin respuesta.

Hoy, dos meses después de de esa huida sin rastro, gracias a una red social (si es que son como un pajarito, todo te lo cuentan) me he enterado que va a ser padre. Ya que me puse en modo vieja del visillo vi todas las fotos y descubrí que la futura mamá también trabajaba en la oficina, aunque en otro departamento. Y yo que pensaba que era solo una amiga porque incluso me tiró los trastos delante de ella… Parece una broma, pero no lo es, por más que lo pienso ahora sí que no le encuentro sentido ni respuesta a nada.

Hace un rato le he escrito para darle la enhorabuena, el tick azul vuelve a estar ahí solo y sin respuesta, pero ya no me duele, al contrario, me está sirviendo para tener una mañana de lo más entretenida.

Anónimo

 

Envíanos tu follodrama a [email protected]