Esta escenita pasó hace ya algunos años y, afortunadamente para mí, no ha habido follodrama que lo supere. La verdad es que él estaba muy potente. Tenía una genética mitad alemana mitad cantábrica y un pasado como boxeador que lo configuraban como un empotrador homologado y como el perfecto protagonista de mis desvelos más sudorosos…

Tuvimos durante muchos meses un juego de miradas, sonrisas y conversaciones cortas en el pub que yo frecuentaba con mis amigos para pasar los sábados jugando a los dardos. Sabía que no iba a ser el yerno de mi madre y además el chico lidiaba con una novia Guadiana, pero a mí se me ponía el panchito como un palmero en un tablao con cada tonteo del finde. Y llegó el día en que a mí se me cayeron los dardos más de lo normal y él me cogió por banda, confesándome su total y reciente soltería. ¿Así que qué? Pues que, tras un par de cervezas, unos roces y un sube que te llevo accedimos a cortar por lo sano tanta tensión sexual. El panorama era tan prometedor…

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Llegamos a su templo del amor y tras unos besines me dice que se va a pegar una ducha rápida. Al cabo de unos minutos le vi aparecer por el pasillo en toalla. ¡La cosa mejoraba por momentos! y… Uffff… What??? ¿Qué ha pasado con su sex appeal? No quiero explicarme mal, no es que le pasara nada, es que es de ese gremio de personas que pierden muchísimo según se van quitando ropa. Y no hablo de nada físico. Es que simplemente, se le fue el atractivo por el desagüe. Encima, se había echado Nenuco. Y no, señores, no: Un empotrador como los dioses mandan jamás puede oler a colonia de bebé. Aun así, no le di importancia y me centré en lo buenobuenobuenooo que estaba por llegar. Tragué saliva y allá que fui a quitarle la toalla para descubrir… unos horribles slips verde guisante con pelotillas, pero como abullonados, que parecían los huggies que se pone a los bebés para la pisci, motivo por el cual este muchacho fue rebautizado como Sr. Dodot en mi círculo de amigos.

Volví a hablar unos segundos conmigo misma y determiné que igual me estaba yo poniendo muy tiquismiquis, quizá por el furor uterino que no me dejaba pensar. Cosas del riego. Así que al lío. Y pasamos a la habitación. Después de deshacerme de los calzones y quedarnos en igualdad de condiciones textiles, el prenda se acercó a su mesilla y sacó un tubo. De crema. Va-gi-ne… ¡Vaginesil! Y se dispuso a abrirlo. Mi cara de estupor le paralizó y me dijo:

– “Tengo uno sin abrir, si prefieres”.

– “Pero, ¿para qué?”, le pregunté.

– “Hombre, siempre os viene bien”.

– “¡Que no, coño, ven p’acá!

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Vamos no me jodas, si no has tocado ni pelo, colega… Estaba yo como las cataratas del Niágara por la emoción y la película que me había montado con este espécimen y me salta con esas… Chico no sé, una caricia, un algo… “Venga, concéntrate y disfruta”, me dije.

Pues nada, cuatro retoces, tres comentarios sobre “cosas que no hacía” y dos preservativos puestos juntos después, comencé a sentirme como un faquir con su esterilla de pinchos encima. Joder, ¡cómo pinchaba el amigo por todo su ser! No sé su método depilatorio, pero apuesto por algo con punta de diamante.

Yo seguía encabezonada en culminar el pedazo de acto soñado, así decidir coger la brújula y buscar Cuenca, así al menos tendría menos superficie de roce con las escarpias. Aunque en dirección a Cuenca, estaba la visión de la mesilla… ¡con el maldito Vaginesil!

Y tal y como reza esa canción de Offspring:

“Un, dos, tres, cuatro, sinco, sinco, seis”

Junto con un:

    “¡Aaaayyy, no!”

Seguido de un manido:

    “Te juro que es la primera vez que me pasa”

Pues así, así de precoz y torpe acabó el polvo con más expectativas de la historia.

 

Marisa R. Abad