Una amiga me dijo que conocía al chico perfecto para mí, que resultaba ser el mejor amigo de su novio. Lo bueno: le habían enseñado fotos mías y al chico yo le gusté mucho. Lo malo: él vivía en Toledo y yo en Madrid, así que, de haber algo, tendría que ser larga distancia. Mi amiga me enseñó fotos y me pareció un chico con pinta de majo, así que le dije que le diera mi teléfono. A los pocos días empezamos a hablar por whatsapp: era un chico rápido, gracioso y con mucho tema de conversación, así que no tardamos en quedar. Decidimos quedar en Toledo, así que ahí que fui.

Llegué por la mañana en el AVE y pasamos un día estupendo. Paseamos por todo el casco, me llevó a un restaurante chulísimo a comer venado y perdiz, nos asomamos a las vistas del río al lado de San Juan de los Reyes… todo de ensueño. Nuestro primer beso me puso cachondísima, por lo que ya no sólo era un tío majo y super entretenido… el tío besaba como un Dios. En aquel momento de verdad creí que había encontrado a mi media naranja.

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Por la tarde me dijo para ir a descansar a su casa antes de ir a cenar, y me imaginé enseguida qué significaba «descansar». Llegamos a su piso, que lo tenía decorado súper bien, y nos metimos a la habitación donde nos quitamos la ropa en cero coma y estuvimos besándonos y acariciándonos en la oscuridad. En el momento de la acción me dijo que tenía los condones en el baño, así que yo me quedé esperándolo en la cama mientras él iba al baño a por los condones. Encendí la luz porque a mí en particular me da mucho morbo follar con la luz encendida. Cuando él regresó del baño fue cuando todo cambió.

Cuando entró en la habitación se puso totalmente serio y noté que se le bajó la erección, así que no pudimos follar en ese momento. Le pregunté si le pasaba algo y me dijo que no, que no le pasaba nada. Empezamos a besarnos de nuevo y se la chupé para que se le pusiera dura de nuevo; en ese momento me pidió que me pusiera en cuatro para darme por detrás, así que así me puse. Hubiese disfrutado mucho si no hubiese sido porque él no emitía ruido alguno y me follaba mecánicamente: en serio, era como si me estuviese dando un robot. De vez en cuando giraba para verle la cara y siempre estaba con los ojos cerrados.

Cuando terminamos hubo un largo silencio incómodo. Él se metió a ducharse y yo me vestí. Cuando salió me dijo que no le apetecía mucho salir a cenar, que si quería nos quedábamos y picábamos algo y veíamos una peli. Me quedé a cuadros. Sacó unas patatas y unas cervezas y ahí nos quedamos en el sofá, en silencio, viendo Netflix. A eso de las 10 me dijo que se iba a dormir, que si me importaba dormir en el sofá porque él no podía dormir en compañía. Me quedé loca. A la mañana siguiente me fui del piso sin avisarle y me fui derechita a la Renfe, donde compré un billete nuevo para irme a primera hora. No me escribió preguntándome dónde estaba ni nada.

A los días no me pude aguantar y le escribí preguntándole que qué había pasado, por qué había cambiado su actitud tan de repente. Me respondió que cuando había vuelto del baño y me había visto en la cama tumbada con las piernas abiertas, le había parecido un pollo del Mercadona y que todo el morbo se le había ido en un instante. Es lo más duro que me han dicho jamás sobre mi cuerpo, y por supuesto, nunca más volvimos a hablar.

Autor: Anónimo