Estaba yo en mi casa sola, tranquilamente. Llaman al timbre, abro. Un chaval bastante buenorro que venía a hablarme de la Cruz Roja para hacerme socia. La verdad es que le escuchaba más bien poco, tenía unos ojazos y unos morros tan besables… El pobre de tanto hablar, me pidió por favor un vaso de agua. En la que entro a ponérselo me siguió muy de cerca y al coger el vaso me rozó bien la mano (cosa que me puso cachondísima). No dejaba de mirarme mientras bebía y mientras tanto yo me imaginaba esa mirada mientras se aferraba a mi parrús.

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No se cómo, pero cuando me di cuenta ya nos estábamos liando. Nos faltaban manos para tocarnos de todo. Le llevé a la cama y echamos un polvo de esos que te dejan sudando y con la melena pegada a la cara. Qué manera de comer tenía aquí el amigo, es como si supiese lo que quería en cada momento. Y además de tener buena herramienta, sabía bien cómo usarla.

Me agarraba las manos y me las sujetaba hacia arriba mientras me follaba bien duro. Uf, es pensarlo y no puedo evitar ponerme. Hasta ahí bien. Terminamos y nos quedamos callados, un silencio incómodo que luego echaría de menos. Como si le hubieran dado una descarga, pegó un brinco y se puso a vestirse a toda prisa. «Se habrá acordado de que estaba trabajando» pensé yo. Seguía sin decir nada. Salió de la habitación, se puso su abrigo y cogió su carpeta y sus papeles.

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En pelotas le seguí y le pregunté si estaba bien. Se me quedó mirando de arriba a abajo lo que pareció una eternidad. Palabras exactas me respondió: «No sé cómo he acabado follándote, será la sequía y que todas sois unas cerdas. Entonces que, ¿te haces socia o me piro?«. Me quedé en shock, pues esa respuesta es la que menos me esperaba. Él no tardó en marcharse. Lo que parecía un día redondo se quedó en esquinazo de los buenos.

Anónimo

 

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