¿Sabéis las típicas pelis (digo pelis porque a Dios gracias, no sucede en mi entorno) en las que las tías se guardan cosas en el chichi? Suelen ser pelis de estas de cárceles, drogas y demás movidas. Contrabando en el chichi básicamente.

Pues bien, ojalá no haber visto jamás una peli de esas y no saber que dentro del coño caben tantas cosas, porque mi vida sería muchísimo más fácil a día de hoy.

Os pongo en situación.

Sábado por la noche, fiesta en casa de un colega y un señor increíblemente guapo que me pone ojitos. Yo, que siempre he dicho que conquisto con mi labia, le doy a la sin hueso con él y acabamos siendo uña y carne aún sin saber nuestros nombres. Normalmente no soy yo muy de ligar en sitios así, pero chica, esa noche tuve suerte. Se me apareció la Virgen y yo aproveché el milagro.

Lo que yo no sabía es que la Virgen que se me iba a aparecer era la de las Angustias, porque vaya tela marinera; ya podría haberse quedado con todos los Santos y dejarme a mi tranquila.

El caso, que me voy por las ramas y lo que no son las ramas, que como la fiesta era en una casa y además de un amigo de confianza pues chica, una cosa lleva a la otra y acabamos haciendo la croquetilla en una de las habitaciones.

Lo de los besos bien, que me tocase una teta también y que jugase con su lengua por todo mi cuerpo también. Yo no sé si era la alegría del momento o el subidón de Red Label pero el caso es que en menos de lo que yo me pensaba tenía al muchacho buscándome las cosquillas donde yo no sabía ni que tenía.

He de decir que yo soy muy fan de los preliminares, que a mí me ganan siendo originales lo del chusqui – chusqui sin más no me va mucho aunque vayamos más pedo que Alfredo. (pobre Alfredo, quién será.) Si tenemos en cuenta esto damos por hecho que el momento en el que el susodicho baja al pilón es uno de mis favoritos y que lo disfruto como la que más. Lo que yo no sabía es que esa noche hubiese sido mejor poner el culo y darle la espalda por aquello de ojos que no ven, corazón que no siente.

El señor me comió el coño. Él y su pedo. Ojalá hubiese sido Alfredo. Pero no, fue él y el Red Label.

Y potó.

Y yo poté con él.

Me potó en el coño y quise morir. (De verdad, no metafóricamente)

¿Qué cómo puede ser? Pues a día de hoy sigo sin explicármelo. Os juro por lo que más queráis que me han comido el coño y nadie ha salido perjudicado, que mi coño huele como todos y que no estábamos haciendo el pino puente. Que potó porque estaba de Dios. Potó porque se había bebido lo más grande y me tocó a mí el premio gordo.

Y a mí se me pasó el pedo de repente y mi cabeza empezó a maquinar después de vomitar yo también (evidentemente porque el asco que me dio aquello no fue ni medio normal). Pero yo lo hice en el baño, jurao.

La movida es: ¿Qué pasa cuando te potan en el coño? ¿Por dónde sale eso? ¿Y si se han quedado tropezones? ¿Cómo coño me limpio eso? ¿Me voy a urgencias? ¿Y si se infecta por dentro? ¿Y si me muero? ¿Y si me quedo en cuclillas hasta que se me quiten las ganas de follar por siempre jamás? ¿Qué habrá cenado? ME ESCUECE EL COÑO

No morí porque estoy aquí sentada escribiendo esto y haciéndoos partícipes de la historia más asquerosa que me ha pasado en la vida, pero el pelo de un calvo faltó.

Sigo sin saber cómo se llamaba el muchacho porque he decidido olvidar su nombre, su cara, su casa y pegar la vuelta. Y os juro por todos los santos y vírgenes que puedan existir que es la última vez que un borracho me come el coño. Palabrita.

Autora: La ex de Alfredo