Cuenta la leyenda que si te quedas en una discoteca hasta su cierre follas fijo. No era mi intención, estaba resfriada sin gusto ni olfato, pero sí la del maromo que me llevaba roneando semanas y que me entró a las 4:45. No me chupo el dedo, su comida de oreja y sus palabras bonitas gritaban VEN A FOLLAR CONMIGO, y yo, que iba más con el chochete muy on fire, me dejé querer.

Nos empezamos a liar y nos metimos mano por todos los sitios posibles. Me hizo un dedo, le comí la pinga detrás de unos coches y hasta me comió un poco subiéndome la falda. Decidimos que aquello se tenía que rematar y nos fuimos a mi piso. Entramos con cuidado de no despertar a mis compis y nos pusimos al lío.

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Cuando digo que el tema fue muy cerdo lo digo en plan literal y metafórico. Veréis, él me propuso hacer un 69 y me hizo gracia, hacía años que no hacía uno y oye, ¿qué mejor que rememorar viejas glorias? La cosa fue que yo me puse arriba y se me caían los mocos al chuparle, así que decidimos hacerlo con él arriba. Con la emoción nos pusimos muy a tope y hasta le metí el dedo por el culo, vaya puto orgasmo, nos quedamos los dos temblando y con ganas de repetir al cabo de un rato.

Con las luces de la mañana abrí un ojo y empecé a ver el panorama. Ropa por todas partes, la cama hecha un cuadro, él a mi lado guapísimo y en mi mesita de noche sus calzoncillos. Ay amigas, ay. ¿Sabes cuando te quieres morir y desaparecer del mapa y vomitar a la vez y hacerte un exorcismo? Pues así me sentía yo. Ahí estaban, unos calzoncillos color verde neón con un manchurrón de mierda más grande que mi cabeza. Sí, el señor llevaba un palomino en sus calzoncillos a modo «La búsqueda del tesoro», un camino que te llevaba directa a una zurraspa del tamaño de Zamora.

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Inmediatamente me miré el dedo, las manos, mi cara, todo. Mi dedo estaba manchado y, casualidades de la vida o putadas del cuerpo, empecé a recuperar el olfato. Solo os digo que me fui directa a la ducha, hice gárgaras con lejía y me quise arrancar el dedo que llevaba restos de mierda de aquel señor.

Se despertó y me imagino que debió ver sus calzoncillos palomineros, porque cuando volví a la habitación no había rastro del tipo ni de sus calzoncillos. Nunca supe de él, pero me enseñó que antes de entrar en faena es de vital importancia revisar los calzoncillos de mis parejas sexuales. Gracias, palominoman.

Palomas al viento.