El día de mi 23 cumpleaños mis amigas me prepararon una fiesta sorpresa en uno de los bares que más nos gustaban de nuestra ciudad, pero lo que de verdad me sorprendió fue descubrir lo que en su día Einstein vaticinó: la estupidez es infinita, como el universo.

A las once de la noche llegué al bar con mi mejor amiga esperando lo que iba a ser una noche bastante tranquilita, lo típico de “nos tomamos una y nos vamos para casa”. Cuál fue mi sorpresa al ver que todos mis colegas estaban allí y, entre ellos, un tío al que no había visto en mi vida y que estaba tan bueno que solo de verle se me corrió hasta el eyeliner. El caso es que este chico, al que vamos a llamar Pedro, era el amigo de un colega que estaba pasando unos días en nuestra ciudad y vino de acoplado a la fiesta.

Después de saludar a todos con lagrimitas en los ojos de la emoción, me presenté a Pedro con todo mi desparpajo preguntándole de coña que si me había traído algún regalo. Él me respondió con una broma cutre y empezó el tonteo.

Empecé a beber como un pirata y entre copa y copa acabé como los muñecos de Jose Luis Moreno. El caso es que a más bebía más me desinhibía, y en consecuencia más le tiraba la calla a Pedro.

Por aquel entonces yo tenía la autoestima bastante por los suelos, así que que un tío me siguiese el rollo era algo fantástico, maravilloso y que tenía que aprovechar. El problema es que no tenía mucho criterio y me aferraba a las miguitas de capullos para sentir un poquito de cariño. Sí, es triste, pero de todo se sale y esto no iba a ser menos.

Este detalle es muy importante para entender lo que pasó aquella noche. Pedro era un gilipollas integral, pero yo no quise darme cuenta porque: 1) mi autoestima estaba en la mierda y 2) no me acordaba ni de mi segundo apellido.

¿Que por qué era un gilipollas? Pues por frases como estas:

‒ ¿Sabes? Tu amiga Pepita está súperbuena, pero tú tienes pinta de follar mejor.

‒ Yo es que no como coños, pero o me comen la polla o a fregar.

‒ A mí me pone que sean princesas en la calle y putas en el dormitorio.

Y vosotras diréis, ¿por qué coño te ponía ese tío? Y yo os diré: pues porque estaba muy bueno y yo era muy tonta.

El caso es que para tolerar sus memeces seguí bebiendo, y a las 6 de la mañana con más vodka que glóbulos rojos nos enrollamos en el baño del bar. Como los camareros nos conocen y no quería que pusiesen un cartelito con mi cara y “NO ADMITIDA” en letras rojas en la puerta del bar, decidimos seguir la faena en mi piso. En que mala hora…

Llegamos y nos empezamos a enrollar muy fuerte. El chico besaba bien, pero como imaginaréis no me comió el coño ni puso mucho esmero en que yo disfrutase. El caso es que cuando llegó el momento de sacarle punta al lápiz, el rey del sexo tuvo un gatillazo.

Yo ‒ Bueno, no te preocupes. Hemos bebido mucho y estas cosas pasan.

Pedro ‒ No, no, si no me preocupo. Es que tampoco follas tan bien como pensaba. Vamos, que lo raro es que no se me haya bajado antes. ¿Podrías chupármela? Igual así sube.

Yo me quedé en shock y le dije que iba un momento al baño. Lloré lo que no he llorado en mi vida, pero no sé que pasó que de repente me cambió el chip. A lo mejor fue el vodka o que había tocado fondo y ahora tocaba subir, pero me miré en el espejo toda en bolas y con el rimmel corrido por toda mi cara y me vi valiosa y poderosa. Tenía un tío en MI cama, en MI casa y le iba a mandar a la mierda con todas mis ganas.

Me lave la cara y salí digna como en mi vida.

Pedro ‒ ¿Qué, me la chupas?

Yo ‒ Espera un segundito, que voy a hacer una llamada.

Y me sentí la puta Maléfica porque cogí mi móvil QUE ESTABA APAGADO y me puse a fingir una llamada telefónica con toda mi buena borrachera.

Yo ‒ ¿Alex? ¿No te habré despertado? Vale, menos mal. Pues es que verás, esta noche he conocido a un tío que estaba muy bueno, pero resulta que además de ser gilipollas, no sabe ni follar. El caso es que me he acordado de los polvazos que hemos echado tú y yo, y que a lo mejor te apetecía venirte por mi casa y te hago de todo.

La cara del chaval era un poema. Me llamo guarra, puta, orco y de todo menos bonita, pero yo me quedé más a gusto que un arbusto. Ese día aprendí que pa’ mala yo.

 

Anónimo

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