Encontré en Tinder a un tipo sugerente, con fotos de perfil de esculturas y dibujos. Me imaginé que era un artista, así que le di al corazón y seguí navegando en la aplicación.

Unos días después saltó el «match». Para los que no conozcáis de qué va Tinder significa que los dos nos habíamos gustado y ya podíamos hablarnos. Y eso fue lo que hizo: me escribió y la conversación fluyó.

No recuerdo cómo empezó la charla pero sé que ya no paró en una semana. Entonces quedamos para vernos: una mañana en una terraza, en una escapada del trabajo, para no comprometernos a nada.

Vernos en persona fue incluso mejor que conectar en el chat. Me gustó cómo era, su sonrisa, su mentón y sus nervios tan evidentes como los míos. 

Me transmitió confianza de forma casi instantánea. Después de un buen rato de contarnos de viva voz lo mismo que ya nos habíamos escrito, dijo que le apetecía besarme. 

Me encantó que lo dijera antes de hacerlo porque lo tomé como una señal de respeto. Sonreí y le pedí que lo hiciera. Se acercó hacia mí, sonrió y me besó suavemente en los labios. Se apartó un segundo y volvió a besarme. Yo también le besé y ya tardamos algo más en despegarnos.

Me apeteció llevármelo a un sitio más tranquilo en ese mismo momento pero teníamos que volver al trabajo. Acordamos seguir escribiéndonos y volver a quedar pronto. Al despedirnos, el último beso se convirtió en un morreo de esos que llevan detrás las manos. 

Las charlas a partir de entonces siguieron en esa línea, con un evidente tono picante dado que ahora ya sabíamos que teníamos química sexual. 

Durante la semana siguiente no nos coincidieron los horarios y no pudimos hablar mucho. Eso sí, quien primero se levantaba enviaba un «buenos días, bombón» al otro.

Chateamos una noche y nos contamos fantasías y cosas que nos gustan en la cama. En las conversaciones de Tinder es fácil llegar ahí cuando es obvio que el deseo existe y que se quiere llegar a la cama. 

Me contó que le gustaba hacer tríos, el sexo oral y estar desnudo en una charla «normal», que no tuviera nada que ver con sexo. Yo no soy una apasionada de estar desnuda pero como parte de la conversación me resulta interesante conocer los deseos de otras personas.

Seguimos «porneando» un poco por chat y durante toda la semana siguieron los «buenos días» aunque apenas hablamos… hasta una tarde en que yo estaba en casa cuando él terminó de trabajar. Jiji jaja y le invité a venir a unas cervezas. 

Nos besamos de tranqui nada más cerrar la puerta y le pasé al comedor. Le dije que se sentara en el sofá mientras traía las cervezas y algo de picar. 

Cuando me di cuenta, le vi venir por el pasillo, completamente desnudo, y preguntar tranquilamente «¿te ayudo?». 
-¿Qué haces?! 
-Cálmate
-¡Pero, tío! ¿Qué haces así?

Así era en pelota picada y con tanto alboroto –¡Que no estamos solos! ¡Qué vergüenza!– salió mi compañera de piso a ver qué pasaba y nos encontró de esa guisa en la cocina.

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El tipo estaba pidiendo calma y tratando de presentarse a mi amiga encantado de la situación. Entre las dos le invitamos a irse y le cerramos la puerta mientras se vestía en el descansillo. 

¡Qué manera de joder un polvo guay, con lo que prometía! Y mi compi y yo echamos la tarde entre risas y cervezas por este follodrama. 

Anónimo