Hace años que no ligas por Internet, has perdido la práctica, ya no recuerdas aquello de esperar a que se conecte o esperar ese doble check de whatsapp que te lleva por el camino de la amargura. Un fin de semana de chicas, un fin de semana de copas que lo cambia todo, te trastoca todo.

Te creas Tinder y te lo pasas de puta madre pasando fotos de tíos como cuando cambiabas en el recreo los cromos del Rey León. Tengui, falti, quieri. Hasta que ves una foto de alguien que te puede llegar a gustar, pero no es una foto de un alguien ‘normal’ es la foto de un alguien que sin conocerle ya te pone. Es un match. Hablas con él de cuatro tonterías y te pasas horas atrapada en una conversación que no se va a llevar ningún premio Pulitzer pero que a ti te parece perfecta. Tonteas, intentas ser inteligente, dulce pero descarada e intentando que él quiera más de ti. Y lo consigues. Esa conversación absurda se convierte en una conversación intensa que dura horas, días y semanas.

Todavía no han entrado en juego las feromonas, esas hijas de puta que se presentan en los gestos, los besos, el contacto y, sobretodo, el olor. Por Internet no puedes olerle, ni puedes tener esa química sexual que se tiene cuando estás in situ con la persona, pero sus feromonas son tan potentes que traspasan pantallas y cruzan kilómetros para meterse muy dentro de ti. La química pasa cuando dos personas se miran y sienten ese je ne sais quoi, sienten que se conocen de antes, que se deben conocer y que si no lo hacen sufrirán y se arrepentirán en el presente y futuro.

Y quedáis.

Le ves. Te ve. Te besa. Le besas. Os besáis. Le hueles y sabes que ya no hay marcha atrás. Te despierta lo mejor y lo peor, ese instinto animal que te obliga a querer tocarle/ olerle/ sentirle las 24h, que te obliga a necesitarle. Le miras y te resulta jodidamente atractivo muy a pesar de los defectos que pueda tener, no es un tema de perfección, es el deseo por la anatomía de esa persona en particular. Sus gestos, su manera de moverse, de caminar, te atrapan por completo y consiguen que tu mente se caliente, se sature.

giphyTe toca, se dispara tu deseo sexual, un simple roce basta para ponerte la piel de gallina y estar preparada para todo y más. Su sabor te gusta, te genera placer y consigue activar todos y cada uno de tus sentidos. Hay química, joder si la hay, porque cada dedo que pasa por tu piel te quema. Cada beso te hace sentir el corazón en la garganta, a punto de saltar para irse con él. No quieres parar de hacerlo todo con su cuerpo y con su mente. Por eso te pasas todas las horas que puedes tocándole y rozándole, quieres grabar a fuego en todo tu ser su tacto y su olor. Química es esperar que los segundos con él nunca pasen, que el tiempo se detenga.

 Y se va. Y te vas. Y llega el sentimiento de vacío que obtenemos de la nada. Recurres a tu memoria para sentirle pero sabes que no es lo mismo y que ya te ha atrapado. Eres esclava de su piel, de sus caricias, de sus besos, de su sexo… de todo él. Te preguntas si fue buena idea hacerte el puto Tinder mientras estabas borracha, si fue buena idea quedar y follar (oh sí, eso fue buena idea) y si es buena idea dejarte llevar tanto que duele.

Estás perdida pero no te importa, porque sabes que cada vez que estéis juntos tu corazón aumentará hasta 100 pulsaciones por minuto, tu cerebro enviará una señal química a la hipófisis liberando hormonas sexuales y tu respiración aumentará 30 ciclos por minuto. Y eso, amigas, lo vale todo.

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