Yo era de esas que de pequeña tenía más amigos que amigas. A pesar de no tener hermanos, siempre me he entendido mejor con los chicos, así que llegada la adolescencia tampoco se me hacía raro pasa el día rodeada de machos con sus hormonas en plena efervescencia.

Pasados los 13 o 14 años, llegó el momento de los primeros ligues. Todas tus coleguis tienen, y tú… bueno, tú sigues siendo la chica rodeada de hormonas efervescentes. En un principio no supone un problema. Te conviertes en el hombro perfecto sobre el que llorar y asesoras, a ellos y a ellas, en sus intensos problemas amorosos a pesar de carecer de experiencia propia. Pero el tiempo pasa, y la herida pica.

Te descubres conformándote con estar cerca, con escuchar las historias de los demás, con poder ver, poder oír.

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De entre todos tus colegas hay uno especial. Uno que se sienta a tu lado en clase, que pasa las horas muertas en tu casa hablando de chorradas y que te envía SMS para decirte que se ha acordado de ti al pasar por un escaparate y ver aquello de lo que siempre os reís juntos. Dicho así podría parecer tu pareja, pero por supuesto no lo es.

No es a ti a quien besa ni de quien va de la mano delante de los colegas, pero nada de eso importa. Tú sabes que la magia la tiene contigo y casi le justificas. ¿Qué chaval de 16 años se atreve a marcar la diferencia y se echa una novia más gorda que él? Ya respondes tú por todo el mundo, NINGUNO.

Te conformas con su olor en la sudadera que se ha dejado en tu casa. Con los mensajes de madrugada que solo vosotros entendéis y con pensar que aunque no eres su novia (y nunca lo serás), has conseguido un rincón especial en su vida.

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Recuerdo tratar de calmarme pensando que pasados los 20 los chicos empezarían a valorarme como algo más que una amiga, y así fantaseaba por las noches imaginando como ese chico del que yo estaba secretamente enamorada finalmente se me declaraba. Se atrevía a decirle al mundo que la que le gustaba realmente era yo.

El palazo final viene cuando creías que el mal de la ‘eterna mejor amiga’ te había abandonado, y sin embargo, la historia se repite. Tu nuevo mejor amigo no tiene 16 años, tiene 26, quizás incluso 32. Ahora puede que incluso os acostéis de vez en cuando, pero tú sigues sin ser su novia. No la oficial, no esa persona que quiere presentar en su entorno e invitar a cenar a restaurantes de postureo. Los hombres te siguen viendo como una compañía maravillosa y no dudan en dejar planes con sus respectivas novias para ir al cine contigo o contarte sus miserias, pero ninguno da el paso de mostrar interés fuera de lo amistoso. Llevo toda la vida sufriendo los celos que todas las parejas de mis amigos tenían de mi, si ellas supieran lo que yo siento realmente…

¿Existe acaso un tipo de personas que no despiertan ese sentimiento en los demás? ¿Estoy destinada a quedarme siempre en lista de espera permanente? ¿Tendré que desistir en mi intención de tener pareja y limitarme a disfrutar del cariño que mis amistades quieran darme?

Autor: A.