Pues sí, supongo que es medio obvio que este texto es una confesión. Y, como todo el mundo sabe, muchas veces es mucho más fácil (y liberador, para qué mentirnos) contarle tus penas a un montón de gente desconocida, que a cualquiera de tus amigxs. En mi caso, se debe a que los comentarios negativos de gente que no conozco, me dan exageradamente igual, mientras que los positivos, me hacen sentir el doble de bien. Y no. No penséis que soy una de esas personas que desprenden por cada uno de sus poros ese optimismo enfermizo que tan de moda está hoy en día y que tantos homicidios produciría de ser esta práctica, legal y libre de su correspondiente temporadita a la sombra. Siempre me he considerado una persona bastante realista, con los pies en la tierra… aunque tirando a mala perra en más ocasiones de las que me gustaría reconocer. Pero bueno, ese es otro tema diferente del que vengo a hablaros aquí.

Veréis; el caso es que, debido a la maravillosa y próspera situación económica de nuestro país, tan diligentemente gestionada por nuestro gob… bueno, que por la crisis, me he visto obligada, como muchos otros jóvenes (y no tan jóvenes) a mudarme a otra ciudad europea. Para poder permitirme seguir estudiando, en particular, y para no morirme del asco, en general.

En agosto de 2015 me mudé a Copenhague y me enamoré, pero no sólo de la ciudad…. Bueno, a ver, es cierto que todos los días voy por la calle y me enamoro cuatro o cinco veces de media (porque telita cómo está todo el mundo aquí…), pero estoy hablando de alguien que me tocó la fibra.

Ella es danesa. Físicamente, es el prototipo de danesa: alta, rubia y preciosa. Pero cuando indagas dentro de esa cabeza te das cuenta de que no es el prototipo de nada. Es un jodido volcán. Nunca sabes por dónde te va a salir. Con ella sólo puedes esperar pacientemente y ver qué es lo nuevo que le surge de repente. Es todo o nada, blanco o negro, bien o mal. Nada de medias tintas.

La conocí en la universidad. Aquí, los alumnos que llevan mínimo un semestre en la facultad, organizan de forma voluntaria unos días de introducción al curso. Esto es básicamente, buscar alguna excusa legítima para pasarte dos, tres, cuatro o los días que sean, etílico perdido. Pero oye, es una forma infalible para hacer amiguis. Empezamos a hablar, cerveza en mano, al segundo día. He de decir que yo ya me había fijado en ella desde el minuto 2 del primer día (llegué un poco tarde, para no romper con el cliché de la impuntualidad ibérica). Honestamente, no recuerdo mucho de ese primer encuentro, bien porque creo que me tomé en serio lo de mimetizarme con el ambiente vikingo y según terminaba una cerveza, abría la siguiente; bien porque me tenían embobada esos ojos azul oscuro y esos labios perfectos sin necesidad de perfilador. Lo que sí recuerdo es que al día siguiente, apareció en mi Facebook. El contacto que mantuvimos hasta empezar el curso, fue mínimo. Coincidimos más bien poco. Sin embargo, el destino quiso que yo tuviera material suficiente para escribir este artículo, y nos reunió en una clase. Un seminario de teoría política e historia del pensamiento diseñado específicamente para los cuatro frikis que nos apuntamos. A partir de ahí, empezamos a hablar casi todos los días. Sobre todo de música, política y feminismo. Escucha rock, es más punky que el viento y encima es feminista y formada… ¡¡FORMADA!! Yo ahí ya me habría casado, la verdad. Empezamos a salir frecuentemente juntas, tanto solas, como en grupo. Cada vez nos acercábamos más, pero nunca terminaba de pasar nada.

Yo, que recientemente había descubierto el Tinder, llevaba un tiempo hablando con un chico. Tatuajes, pendientes, dilatas… el rollo. Quedamos un día, echamos un polvo bastante lamentable y al día siguiente desapareció. Sinceramente, estando lejos de casa (por muchas ganas que tuvieras de irte), todo te afecta el doble y yo estaba hecha una mierda porque no entendía por qué coño no daba señales. Si había hecho algo mal, si en realidad yo no le gustaba una mierda y sólo vino a mi casa porque le picaba el asunto… en fin, probablemente muchxs sabréis de lo que hablo. Y claro, yo necesitaba algo de calor humano y mucha cerveza. ¿A quién llamé? Justo.

Quedamos en un bar que parecía tranquilo, en una callejuela escondida por el centro de la ciudad. Empezamos a beber y a soltar nuestra respectiva dosis de mierda, cada una. Y venga a beber, y venga a fumar. Serían las 3 de la mañana cuando se me quedó mirando y me preguntó si me podía oler el pelo. “A la mierda”- pensé yo. “Huele lo que quieras, pero ten en cuenta que no soy de piedra”- le dije, riéndome. Sin ni siquiera darme cuenta, a las 3 milésimas de segundo de acabar la frase, tenía su lengua en mi boca y yo sólo podía temblar de lo intensa que era la situación. Cuando se apartó y evaluó que había hecho bien dando el primer paso, se fue al baño. Yo me quedé en la mesa intentando dejar de flipar y acto seguido dos chicos vinieron a sentarse conmigo, uno a cada lado. Aquí debo hacer un pequeño inciso: yo normalmente no dejo a nadie que se me acerque de fiesta y puedo ser muy muy borde, si noto que invaden mi espacio. Pero cuando te encuentras en una ciudad nueva, hasta que comprendes la personalidad general de la gente que vive allí, no está de más intentar decir las cosas de forma civilizada, antes de ponerle a alguien el tercio de sombrero.

El caso es que estaba yo intentando, de forma educada, mandar a la mierda a los dos señores moscones, cuando ella salió del baño. Vio el percal y le cambió la cara. Llegó a la mesa y les dijo en inglés: “¿Qué hacéis con mi chica?” No entendí el resto, porque siguió en danés. Ninguno de los dos se atrevió a decir media palabra; se levantaron, nos dieron un cigarro a cada una, y se fueron. Su cara era un poema: tenía un cabreo monumental (uno de los dos me estaba ofreciendo un globo cuando ella llegó y sin pensárselo, lo explotó con su cigarro. Casi me salta un ojo, la jodida bruta).

En el momento, yo no intentaba disimular lo alucinaba que estaba. Por un lado me preguntaba: “Joder, bonita; dónde coño te has metido?”, pero por otro, he de reconocer que me puso muy cachonda cómo mandó a la mierda a nuestros invitados no deseados. No sé explicar el sentimiento. Sé al 100% que si un tío se hubiera comportado de esa forma, no me habría gustado un pelo y sé que ir marcando territorio y meándole los tobillos al personal, seas hombre o mujer es chungo. Pero con ella, en caliente, no me molestó. Seguimos bebiendo y acercándonos. Nos dieron las 5 de la mañana y yo no me tenía en pie. Había bebido muchísimo más de lo que normalmente acostumbro y el día anterior había dormido escasas cuatro horas. Conclusión: me quería ir a mi casa a vomitar y a dormir la pedazo de mona que me había agarrado yo solita y sin ayuda de nadie. Ella insistió un par de veces en que me podía quedar a dormir en su casa, si no me veía para ir a la mía (vivo un poco alejada del centro). Ante mi negativa y aunque me excusé, el cabreo monumental de antes surgió de nuevo y con el doble de potencia. Parece que después de todo, no era “understandable” que yo quisiera morirme de la resaca sola y tranquila en mi habitación. Pese a que le dije que de verdad, otro día no tendría problema, se fue echa un basilisco y no he vuelto a saber más de ella.

Pensando en todo esto con la mente fría, creo que me he librado de una buena, a tiempo. Es celosa, es posesiva y es caprichosa. Si sólo nos liamos esa noche y ya reaccionó así, tanto con los chicos en primer lugar (que bueno, la verdad es que lo agradecí, porque no mola que nadie se autoinvité a tu mesa y menos a babosear) y conmigo en segundo; no me quiero imaginar el infierno que podría ser una relación con ella. Creo que he entendido que los contras superan por goleada a los pros, y que por eso, no he insistido en contactarla…

…Sin embargo, me acuerdo mucho de ella. Me encantaba cuando se emocionaba con alguna canción. Me gustaba que no sonriera normalmente, porque eso hacía que cuando lo hacía, su cara brillara aun más. Siempre será una leona; tan destructiva como preciosa.

Zelia.