Tengo una edad en la que ya es frecuente hacer una reflexión acerca de aquellos hombres que han pasado por tu vida. Entonces recuerdas todo aquel supuesto sufrimiento por el que pasaste y del que ahora te ríes, sin más, pensando lo ingenua e inocente que fuiste. No acostumbro a hacer una lista de mis ligues, pero reflexionando me he dado cuenta de que cada uno de ellos responde a un arquetipo de hombre con el que sueñas hasta que te das de bruces con la realidad, que de alguna manera u otra termina en decepción. A los hechos me remito:

El primer amor: El amor de instituto, aquél en el que ves reflejadas todas tus expectativas amorosas de cuando eras una niña.  Poco a poco se infiltra en tu corazón a medida que los encuentros avanzaban hacia lo inevitable. Al final, te diviertes más con el sufrimiento a priori de no saber si el amor era correspondido que con la relación en sí. Después de perder la virginidad con él y descubrir el sexo, sabes que el mundo está lleno de posibilidades y decides terminar con aquella relación, dando paso a una época de eternas despedidas bajo las sábanas.

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El amigo de la universidad: Aquel que no te atrae pero que te cae bien, que te encuentras cada día en el bar de la facultad y termináis teniendo una relación de confianza, al que le explicas todos tus escarceos amorosos entre risas y cervezas. Un día en el que no tenéis plan, termináis embriagados y os miráis pensando en follar sin compromiso. Después de descubrir cómo son las vergüenzas de tu amigo, tienes dos opciones: O intentas pasar página fingiendo que no ha pasado nada, o lo hablas y terminas dándote cuenta del error. Después de pasar por esta experiencia con unos cuantos amigos, te das cuenta que la primera opción es la mejor. En realidad, no estáis hechos para follar juntos y más vale hacer prevalecer la amistad que os ha unido.

El intelectual: Lo conoces en la universidad, es amigo de un amigo y te encanta escucharle, pero no tanto como le gusta a él oír su propia voz. Le admiras y te imaginas un polvo de novela pero cuando finalmente entras en el mundo del personaje en cuestión, te das cuenta que lo suyo es puro postureo. El intelectual siempre te conquista utilizando la técnica del halago invertido: Cuando más te critica, más te gusta. Y cuando te cansas de él, entonces se convierte en un moscardón difícil de ahuyentar.

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El filósofo bufón: También un compañero de la facultad, el gracioso del grupo con el que te apetece estar porque te hace reír. Entonces aquél simplón de risa fácil empieza a mirarte de otra forma, cuando aún no sabes que detrás del entrañable payaso se esconde un ser sufrido y complicado, que no sabe cómo sentirse cuando se siente atraído por alguien. Después del primer polvo deja de divertirte, contándote todos los desvaríos  emocionales por los que ha pasado  antes de lanzarse en tus brazos. Terminas deseando que el tiempo pase para volver a recuperar el alegre y simple bufón que te hacía reír.

El animal político: Siempre está en alguna manifestación o de reuniones con sus compañeros de partido, asociación o colectivo; piensas que es un ser implicado y te atrae su fe en la justicia social, además de esos brazos musculados de levantar pancartas. Cuando de casualidad lo encuentras distendido y relajado, algo que no sucede muy a menudo en su ajetreada vida de militante, aprovechas la ocasión y te rindes a un placer de guerrilla muy primitivo, y te deja con ganas de más. Lamentablemente, la política estaba antes que tú, y de nada te servirá de repente empezar a implicarte en los movimientos que él frecuenta. Te vuelve a buscar al cabo de un tiempo, pero tú ya has perdido todo el interés.

El clavo difícil de sacar: Frecuentáis los mismos lugares y sabéis que hay atracción, pero él nunca da un paso. Habláis cada vez más a menudo y parece que va para largo, pero entonces él te comenta que pronto se irá con la ONG en la que colabora a África a construir un hospital. No tenéis tiempo de llegar a conoceros y él desaparece de tu vida para volver a aparecer años después, de paso por la ciudad, con una vida completamente diferente a la que llevaba antaño. Necesitas sacarte el clavo incrustado en tu corazón, y termináis lo que empezasteis años atrás con un polvazo muy esperado. Sabes que ya no pertenece a tus circunstancias y que no le volverás a ver, así que te conformas con el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue.

El místico: Es un adonis y le conoces de hace tiempo, le encanta el cuerpo de la mujer y querrá que el sexo sea algo profundo, te trata como una Diosa en la cama; el único problema es que no eres la única Diosa en su vida. Cree en las relaciones abiertas y tiene la inteligencia emocional de un niño de diez años. Terminará por aburrirte con su metodología espiritual y sus creencias absurdas sacadas de algún libro de Osho.

El músico: Toca la guitarra y sabe que eso atrae a las mujeres. Sólo te gusta cuando lleva el instrumento encima y canta canciones de galán empedernido, seductor y amante de la buena vida. Pero cuando te despiertas por la mañana, ha perdido toda la magia que desprendía de noche y te encuentras con un cursi que te abruma con frases de manual y se pasea en calzoncillos por la casa. Te lo sacas de encima como puedes y cuando vuelves a coincidir con él, dejas de creer en lo que está cantando.

El capullo 2.0: Ese seductor desconocido con el que terminas follando para luego saber que tiene pareja, con la que nunca coincides cuando te lo encuentras. Te da la sensación que tiene dos vidas, la de soltero y la de casado, y tú te encuentras en medio. Aunque no quiere nada serio, lamentablemente vivís en la era de la comunicación e insiste en enviarte mensajitos en los que aporta poca información respecto a sus intenciones, y solo quiere que sepas que sigue ahí. Con el tiempo te das cuenta de que en realidad eres otra más, aunque el hecho de que tú te muestres indiferente le empuja a no querer perder esa sensación de ser deseado. El atractivo que tenía se pierde poco a poco hasta que empieza a darte asco.

¿Me he dejado alguno?

Autor: Ana H.