Recuerdo quedarme pegada a la butaca en los cines de Fuencarral frente a los créditos de la película Her, recuerdo no tener ganas de moverme, recuerdo querer vivir dentro de esos ciento veintiséis minutos eternamente. Y es que yo entendía la película, yo sabía que lo que vivía el protagonista lo podría protagonizar yo perfectamente, yo sabía que, sin haberme pasado, me podría pasar. Y así fue.

Her trata de un hombre que se enamora de un sistema operativo, digamos que comienza una relación con una Siri súper avanzada que es capaz de estar contigo las 24h del día, darte conversación, pasear contigo, ver películas contigo, mantener sexo virtual contigo y todo el largo etc. que os queráis imaginar. Los diálogos de esta maldita película son de lo mejor que yo he visto en mi vida, y eso que son entre un hombre y una voz que tiene en su cabeza.

Años después de haberla visto me pasó algo muy parecido: me enamoré de una voz. En realidad me enamoré de la voz de un chico al que jamás he visto, ni he tocado, ni he sentido. Me enamoré de hablar con él durante horas y horas y horas. No me cansaba, jamás.

Lo conocí jugando a un videojuego llamado League of Legends, supongo que algunas lo conoceréis perfectamente, a otras os sonará de algo y a las otras no os importa lo más mínimo, es un juego de ordenador en los que las partidas más habituales son con cuatro persona más formando equipo. Pues coincidimos en una de forma aleatoria y ahí empezó todo.

Yo era principiante y no tenía casi idea de cómo se jugaba, él se propuso voluntario para enseñarme, yo acepté encantada, me pidió el skype y con la tontería de instruirme echamos muchísimo tiempo hablando mientras jugábamos, pero claro, luego ya dejábamos de jugar y no nos colgábamos y la conversación seguía, eterna y maravillosa. Hasta horas intempestivas.

Llegamos a ver el amanecer juntos. Sí, se que suena cursi, pero con él las cosas no eran cursis. Nos quedamos los dos hasta las seis de la mañana hablando por Skype al menos un par de días por semana, hablábamos de absolutamente todo: de él, de mí, del mundo, de su familia, de mis recuerdos, de sus sueños, de mis miedos. Y joder, no me cansaba.

Estuvimos así algo más de seis meses, hablando cada noche, sin excepción. Más o menos tiempo, pero no había ni un solo día en el que no escuchase su maldita voz. Llegué a irme de una fiesta, yo, la eterna reggaetonera, porque sólo podía pensar que podría estar sentada en mi cama hablando con él. Sé que algunas me entenderéis perfectamente, sé que otras haréis el esfuerzo por entenderme, sé que otras no encontraréis el sentido a nada de lo que digo. Pero fue así, fue real.

Fue de las cosas más reales que he sentido, que he tenido, que he vivido. Fue puro, fue auténtico, fue verdad. Y no le vi y no le toqué y no le sentí. Y me enamoré, perdidamente. Aún le echo de menos, aún echo de menos su voz.

Todo acabó cuando le pedí que nos viéramos en persona y él se asusto. Supongo que es normal o no, supongo que para él lo que teníamos era suficiente o no, supongo que la cagué al dar el paso o no. Sólo sé que no me arrepiento ni de un solo segundo de los que invertí en escucharle, fue mágico y ojalá algún día encuentre la sinergia que tenía con esa voz con una persona de carne y hueso.