Tengo un novio que es un bombón.

Llevamos juntos poco más de un año y no hay mañana que no amanezca con un mensajito de «Buenos días, amor» ni noche en la que no me desee que duerma bien. No le toma más de tres segundos hacerlo, pero a mí, qué queréis que os diga, me llena de muchísima ilusión. Me hace reír y le cae bien a todos mis amigos, es súper currante y me encanta verlo contarme sus movidas de curro lleno de energía y con ganas de triunfar en lo suyo. Los findes a su lado se pasan volando: siempre tiene algún plan chulo bajo la manga y cuando no nos apetece salir y nos quedamos en casa viendo Netflix y pidiendo comida a domicilio nos lo pasamos genial también. Vamos, que es un chico de diez.

Lo malo es que no me gusta chingar con él. Pero nada. 

Al principio lo atribuí a que era el principio de la relación y que no todas las parejas se entienden bien desde el comienzo, pero conforme fueron pasando las semanas vi que la cosa no mejoraba. Del misionero no pasamos y es bastante mecánico y silencioso. Cuando me quiero poner encima me dice que prefiere estar encima él; cuando le pregunto si no me quiere dar por detrás, me dice que prefiere verme la cara. Si nos estamos liando en el salón y le empiezo a quitar la ropa ahí mismo me dice que vayamos a la habitación: en todo el año que llevamos no lo hemos hecho en ningún otro lugar que no sea la cama, y no porque yo no la haya intentado. Cuando se la chupo se queda tumbado y no hace ningún gemido ni movimiento, por más que los hago yo para animarle. Le he propuesto que nos hagamos con algunos juguetitos, pero siempre dice que no. He llegado hasta a preguntarle si le gusta el sexo conmigo y el sexo en general y me dice que le encanta, que se lo pasa genial. Pues yo no.

He llegado a sentirme culpable porque cuando me masturbo pienso siempre en el chico con el que salí antes de conocer a mi novio. Era un bueno para nada, todo sea dicho. Desaparecía por días, jamás le presenté a mis amigos y teníamos muy pocos gustos en común, pero EL SEXO. Tanto a él como a mí nos gustaba hacerlo muy a lo bestia. Lo llegamos a hacer en todas las habitaciones de mi casa, me mandaba audios guarros masturbándose que luego oíamos mientras chingábamos, practicamos bondage y nos sometimos el uno al otro más de una vez. De sólo recordarlo se me erizan los vellos de todo el cuerpo y ya ni os quiero contar cómo me corro cada vez que me toco pensando en él.

Pero ya no me siento culpable, en lo absoluto. 

He llegado a esta conclusión luego de analizar que, en mi lista de prioridades, prefiero que le falte ser un empotrador a que le falte ser currante, o divertido, o mimoso conmigo. Es una elección completamente personal, y quizá en otro momento de mi vida no hubiese soportado estar con un tío sexualmente tan flojito. Pero a mí me compensa. Prefiero al novio que tengo las veinticuatro horas al día que a las pocas horas de polvos que puede una echar en una semana. Y no siento que me esté conformando: estoy haciendo una elección por algo que me llena, tantísimo. Para que se me erice el vello del cuerpo ya tengo muuuuchos recuerdos, consoladores y una memoria magnífica. Ains. 

Anónimo.