Una se cree que es muy moderna y que a cierta edad, habiendo crecido en los 80, sobrevivido a los 90, no entendiendo los 00, ahora llega a un equilibrio en la vida. Lo hemos visto todo, estamos de vuelta, estamos en la mejor época de nuestras vidas. Por eso, cuando surge la oportunidad y te encuentras buscando en Internet hoteles por horas, “máxima discreción” piensas: “esto está hecho”.

Los cojones. La imagen que tienes en tu maravilloso mundo de la golosina es que vistes un trench crudo monérrimo, unas gafas que te cubren de la nariz hasta la frente y llevas un pañuelo Hermés bien anudado a la mandíbula. Caminas disimulando y todo es excitante y nuevo. Te vas a encontrar con un hombre muy sexy y vais a hacer guarradas insanas en un sitio discreto mientras bebéis Moet Chandon.

Ay nena, la vida real… es bien distinta.

Lo primero que haces cuando buscas este tipo de lugares en Google es hacerlo en la ventana de incógnito. Consejo gratis, de nada. Las cookies del demonio nos están arruinando la vida y no quieres que, en plena jornada laboral, un compañero te pida que busques algo en la red y al abrir la primera página te salga en el banner sugerido: Hostal Pájaros del amor – Habitaciones por horas. ¿Discreción…?

Una vez has llamado para reservar y te imaginas que al otro lado te coge el teléfono un señor con pajarita, en el fondo estás hecha un flan. Pasan las horas hasta el momento en el que has quedado directamente allí y el revuelo de nervios en el estómago es bastante escandaloso. Coño, que yo era moderna. Pero, ¿y si me ven? ¿Y si me encuentro a alguien? ¿A dónde digo que voy si alguien me pregunta? Cuando llegas a la calle en cuestión y empiezas a pasear arriba y abajo por la acera de enfrente del garito, sientes que en cualquier momento una mano se posará sobre tu hombro en plan: “Hombre, cuánto tiempo! Tú por aquí!!” y tienes preparado el: “¡YO VENGO AL QUIROPRÁCTICO!”.

Tardas en atreverte a entrar porque no ves claro el funcionamiento de la puerta. ¿Dónde está la manija? ¿Hay timbre? ¡Estas dudando de cómo funciona una jodida puerta!

Las dudas no se quedan ahí. ¿Paso y espero? ¿Espero fuera? Cuando estás a punto de cruzar la calle, animada, ves que una pareja de mediana edad entra tan pancha antes que tú. AHHH, crisis. Ahora te podrán ver, así que das la vuelta, disimulas con el móvil, miras a las fachadas haciéndote la despistada, fingiendo que estás perdida. “¿Dónde estará la consulta del quiropráctico?” Cuando ya has perdido 3 kg en sudor, pasas (ahora que sabes cómo funciona la puerta). Entras y tras unas cortinas muy David Lynch te espera un pequeño cuartucho con un señor de media edad con chaleco y un teléfono que podría ser de 1998. Okay, lujo cero. No es el Hilton, pero esto ya lo sospechábamos, ¿no?

No te da tiempo a hablar, aquí les importa un bledo cómo te llamas. Ambos sabéis a lo que venís. Ni hola, ni nada. “¿Desea esperar la señora a su pareja aquí o en la habitación?”. Balbuceas como una estúpida y solo puedes pensar que ponerte las medias de rejilla era la cosa más atrevida a la que de verdad te has podido enfrentar en 2017. “En la habitación”, respondes. “Genial, le espera usted aquí” dice el tío ignorándote y acompañándote hasta un cuarto en una esquina de la recepción.

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Una vez te deja en ese cuarto, sin cerrar la puerta, esperas en un sofá, temblando, pensando que si te asomas podrías ver pasar a cualquiera que entre. ¿Por qué no cierra? ¿Te levantas a cerrar? En eso que escuchas cómo el amable señor de chaleco cambia el tono de usted por uno más coloquial cuando se dirige a su compadre: “No, no, Luis, la chica va a la 301, la 303 la están limpiando, no la liemos”. A ver, no había pensado en la suciedad de estas habitaciones, yo se supone que tengo que estar aquí excitada, no visualizando todos los fluidos intercambiados en estas habitaciones horas antes de mi llegada.

De nuevo, el compadre interrumpe tus pensamientos. “Luis, creo que la hemos cagao. ¡Ay que la hemos cagao!”. Y tú, que no tienes ni puta idea de a qué se refiere lo primero que piensas es que ha llevado a alguien donde no es. Visualizas que si hubieras esperado en el cuarto te podrían haber abierto la puerta trayéndote a un señor que no era a quien tú esperabas y ahí sí que te hubieras desmayado. Luis, joder, no la cagues, cabrón. Que esto es serio.

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Escuchas la puerta, los pasos de alguien entrando. Las manos no te tiemblan pero sí te sudan y no puedes apartar la vista de la puerta. “Sígame por aquí, caballero”, escuchas al compadre. “Vale, es él”. O no… O ahora mismo Luis puede meter en este cuarto al primer despistado que sí que sabía cómo se habría la puerta. Pero todas las dudas se disipan cuando lo ves entrar y Luis os cierra la puerta “mientras acabamos de preparar la habitación”. Es él, sí. Y su cara es igual de poema que la tuya. Pensabas que ibas a ser la única que consideraba esto lo más surrealista que le ha pasado en la década pero él te mira y se echa a reír: “¿Qué coño hacemos aquí?”.

Os reís pero aún ni le dejas que te toque porque sigues un poco de miocardio. Luis viene a llevaros al cuarto y reparas en que lleva una riñonera con el cambio. Entiendes que en este tipo de garitos el datafono no está a la orden del día. “Pagan ustedes en la puerta”. Joder, qué poco elegante. La habitación es amplia, blanca, limpia. No hay Moet Chandon, no hay pétalos, pero tanto Luis, como él y tú sabéis que no estás ahí para hacerte la elegante. Rebuscas monedas en la cartera antes de que Luis saque cambio de la riñonera como si estuvieses comprando bebidas en un concierto. Paga él, claro, porque aunque te estabas ofreciendo a ir a medias hay algo rancio y de tufo viejuno en el hecho de encontrarse en un hotel por horas. “La próxima la pago yo…” pero ya no puedes seguir hablando porque Luis ha cerrado la puerta, te ha dicho que cuando queráis iros lo llaméis “y se activa el protocolo” y tu estás en la cama a medio desnudar. Y te relajas, y se te pasa el pánico. Al menos lo que viene a partir de ahora merece la pena.

Autora: anónima.

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