Nunca he contado esta historia en mi entorno. Me da una vergüenza terrible, así que la he omitido durante años. Hace unos meses descubrí WeLoversize y al ver como todas os exponéis y os liberáis contando vuestras experiencias más escabrosas, he decidido alegraros el día con la aventura más surrealista que me ha pasado en la vida. A lo mejor así me quito un poco el cargo de conciencia que tengo desde entonces…

Y es que sí, hace unos 5 años estuve a punto de cargarme a un tipo de la hostia que le di con una teta. De un tetazo, vamos. ¿Cómo es esto posible si las pechugas habitualmente son mulliditas y no tienen instinto asesino? Pues veréis.

En aquella época yo estaba felizmente soltera y llamémosle Juan era uno de mis follamigos. Quedábamos un par de veces al mes para dar rienda suelta a nuestra ‘cochinez’ y echar polvos de esos de ‘me da igual que pienses que se me va la pinza porque no eres mi novio ni lo vas a ser’. Había mucha química entre los dos, y eso fomentaba que yo me sintiera como una diosa y que me encantase probar cosas nuevas junto a él. Entre nosotros no había prejuicios ni vergüenzas, pero tampoco sentimientos más profundos, así que era el tandem perfecto para experimentar.

Juan estaba obsesionado con mis tetas. Imagino que usar una 100F influía, y a él le encantaba perder la cabeza (literalmente) entre ellas y ponerse morado. Una de esas tardes de sexo infinito, Juan se vino arriba y me dijo: ‘ponte encima y salta bien fuerte. Quiero ver cómo te botan las tetas’. Yo cumplí órdenes, me senté sobre su cintura y empecé a saltar lentamente. Al escuchar sus gemidos de placer, la que se vino arriba fui yo y aceleré los saltitos, aplastando su cara con mi 100F y dejando poco espacio para que el pobre respirase.

Se ve que con tanto ímpetu por mi parte, Juan empezó a agobiarse, y al girar la cabeza para esquivar uno de mis tetazos, se dio tal hostia contra el pico de la mesilla de noche que tardó un par de segundos en empezar a sangrar como un cochinillo. Tenía un boquete en la cabeza, no era excesivamente grande pero debía ser profundo porque de allí salía más sangre de la que yo había visto en mi vida. El caso es que yo soy muy aprensiva así que al ver el panorama empecé a hiperventilar y sentí que me mareaba. Me caí redonda en la cama y cuando abrí los ojos tenía unas tremendas ganas de potar. La sangre me mata, qué le voy a hacer.

Ahora os pido que imaginéis el panorama: el pobre hombre desangrándose y yo mareada en la cama con ganas de vomitar sin poder asistirle. Vaya numerito. Conseguí reptar hasta el baño para echarme un poco de agua fría y cuando me recuperé le insistí para ir a urgencias. Juan se negó diciendo que seguro era una tontería y que le daba vergüenza explicar qué había pasado.

Tras una hora de negociación y al comprobar que no paraba de sangrar, le convencí para ir al centro de salud más cercano y que le curasen la herida. 12 puntos le dieron, una maravilla. Y mientras yo esperaba en la sala de espera a que le cosieran, se me vino de nuevo la escena la cabeza y no pude evitar soltar una carcajada nerviosa. Mis tetas acababan de dejar KO a un señor de 1,90 y 95kg. ¡Al menos ahora sabía que llevaba puesta encima un arma de destrucción masiva!

Por si os lo estáis preguntando, Juan y yo volvimos a quedar alguna vez más pero nunca comentamos los detalles del tetazo que le llevó a urgencias. Nuestras relaciones sexuales bajaron de intensidad hasta que finalmente dejamos de vernos. Ahora cuando me lo cruzo por la calle le saludo tímidamente y sonrío cuando ya no me está mirando. Siempre le recordaré con cariño, pero él a mi, supongo que no tanto…

Lidia M.