¿Sabes esa sensación de ir por la calle y ver su cara en los cuerpos de personas aleatorias? ¿De cuando te hablan de cualquier tema y todo lo asocias a él? ‘Ah sí, pues X tiene un perro igual’, ‘no me digas, pues el otro día me comentó X que él prefiere el campo’, ‘¿en serio María se ha puesto una piscina en casa? A X le encantan las piscinas, y es rubio, ¿te lo había comentado?’.

Cuando has llegado a este punto en el cual toda tu existencia gira en torno a una persona, es hora de reconocerlo: nena, estás coladita.

Por un lado mola porque es entretenimiento constante. Cuando estoy en este modo ‘hasta las trancas’ no me aburro ni en un trayecto interminable de autobús. Mi imaginación vuelve una y otra vez a su cara, a su voz, y a todas las historias que todavía no hemos vivido pero que – ay- puede que vivamos pronto.

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Por otro lado no mola porque soy incapaz de concentrarme. Ni series, ni pelis ni encaje de camariñas. No consigo hacer nada al derecho y mi torpeza es todavía más evidente que de costumbre.

He estado coladita varias veces en mi vida y siempre lo negué hasta que la evidencia me sobrepasaba. La semana pasada me di cuenta de que volvía a las andadas cuando comprobé que me daban igual sus faltas de ortografía. YO, que me pongo nerviosa con los errores de desconocidos. A MI, que me sangran los ojos cuando la gente se come las tildes. Me dijo que ‘estaba metiendo el coche en el garage’ y sonreí como una tonta. Qué mono él, metiendo su cochecito en el GARAGE, tan cuqui él. Bueno, será que lo dice en inglés, será que va conduciendo y le ha dado a la tecla incorrecta.

¿Nos volvemos realmente estúpidos cuando alguien nos atraviesa? ¿Dejamos pasar cosas que antes juramos jamás aprobaríamos? ¿Volvemos a tener en cuenta sus faltas de ortografía y demás defectos una vez la pasión se agota y comienza la rutina? ¿Qué pensáis vosotros?

Autor: Lolita Pop