He hecho viajes de más de diez horas para recibir solo un abrazo suyo. He gastado más billetes de 50 que los que ahora podré ganar hasta que me muera solo por ir a la barra del bar para que me dijera “¿lo de siempre?” y yo sonriera como una tonta.

He puesto tierra de por medio para olvidar que un día, en una noche lluviosa, me propuso una cita que, por idiota, le negué.

He intentado recuperar su interés, he tecleado su nombre en la barra de búsqueda de Facebook para ver si ya, por fin, aparece solo en su foto de perfil. Y he vuelto a apagar el ordenador de golpe al ver que ella sigue en su vida.

He firmado con su nombre un documento oficial por estar pensando en su pelo, me he hecho sangre en el labio al morderlo recordando el último beso que me dio. Me he secado las lágrimas al mirar, otra vez, la foto en la que sus ojos se clavan en los míos. He vuelto a escribir nuestra canción en la puerta de los baños de los bares.

He aprendido a disimular y a decir que estoy bien cada vez que me preguntan por él. He convencido a amigos comunes que ya no me afecta hablar de él y he afirmado que me parece genial que haya pasado página, mientras me esfuerzo en hacer creer que yo voy un paso por delante.

He dormido con otros que tenían menos arte, he fingido orgasmos cuando tenía ganas de llorar porque la piel que me abrazaba entonces no era la que realmente quería. He vuelto a casa, despeinada y el pintalabios borrado, diciendo que nadie se merece mis despojos.

No hay más allá y no creo en segundas partes, así que no sé por qué me empeño en darme contra un muro de piedra, en dejarme los huesos en propiciar un encuentro que parezca fortuito para que él se dé cuenta de la locura que fue dejarnos ir. No entiendo que a día de hoy siga esperando una versión mejorada de nuestra vida conjunta y me enfada que no sepa ver que ahí fuera hay un futuro mejor esperándome.

He pensado en voz alta que volveré a levantarme de verdad, que no hay prisa, pero que debo dejar de torturarme al encontrar señales allá donde miro y que sólo hacen pensar que el camino correcto es volver a su lado. Esas señales y las canciones, esas que hablan de mí (y de ti, y de tu amiga, y del vecino), me están cegando… Así que voy a ir dejando de lado ese lado tan sentimental y a empezar a poner cierta dosis de razón en el alma. A ver si escribiéndolo se hace realidad y, al final, aprendo.

Red